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Tribuna / Un siglo de transporte aéreo en España

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Luis Utrilla

Airport professional / Aeronautical historian

Cuando, el 1 de septiembre de 1919, los Breguet XIV de las Lignes Aériennes Latécoère realizaron el primer vuelo de la línea Toulouse, Barcelona, Alicante, Málaga, Casablanca, muy pocos eran los que creían en este nuevo modo de transporte. Era esta la primera línea aérea comercial de nuestro país, y la tercera que se desarrollaba en Europa.

En el año 2018, más de 2,3 millones de vuelos operaron en los aeropuertos españoles por los que transitaron más de 263 millones de pasajeros.

En el camino recorrido se han ido entrelazando con éxito ciencia y tecnología, y se ha producido una transformación de la concepción del mundo en sus aspectos políticos, socioeconómicos e incluso antropológicos.

Los biplanos de aquel 1919 desarrollaban velocidades de poco más de un centenar de kilómetros por hora, y los aeropuertos eran meros eriales libres de árboles y arbustos.

En apenas un siglo, el transporte aéreo se ha convertido en uno de los pilares de nuestra sociedad.

Los aviones estaban construidos en madera y tela, y tanto el piloto como el único pasajero que transportaban viajaban al aire libre. Los escasos servicios aéreos se mantenían gracias a la intervención de los distintos gobiernos, que utilizaron el nuevo modo de transporte aéreo como un peón en su estrategia industrial, geopolítica y económica.

Sin embargo, para los ciudadanos españoles, inmersos en la crisis provocada por la Gran Guerra, el transporte aéreo quedaba demasiado lejos de sus vidas, más preocupados por el desabastecimiento y encarecimiento de los productos alimentarios básicos.

La nacionalización del transporte aéreo dio lugar a las denominadas compañías de bandera. En España, a la empresa gala Latécoère se le sumó, en 1921, la Compañía Española de Tráfico Aéreo (CETA), que puso en servicio la línea Sevilla-Larache, dirigida al transporte del correo y la prestación de servicio a las autoridades militares del Protectorado de Marruecos. A mediados de los años veinte, fueron las empresas alemanas Unión Aérea Española e Iberia las que se incorporaron al transporte aéreo nacional con las líneas Sevilla, Madrid, Lisboa y Madrid, Barcelona respectivamente. No obstante, su verdadero interés residía en volar de Europa a Sudamérica eludiendo el embargo impuesto por el Tratado de Paz de Versalles.

Del interés gubernamental, nacieron las grandes compañías aéreas internacionales: Imperial Airways, Air France o la Deutsche Luft Hansa.

El Gobierno español siguió los pasos de sus vecinos europeos y impuso la fusión de las compañías existentes para llevar a cabo, en 1929, la creación de la CLASSA (Concesionaria de Líneas Aéreas Subvencionadas). En 1931, el Gobierno republicano reconvirtió esta sociedad anónima en LAPE (Líneas Aéreas Postales Españolas), que fue la primera compañía que generalizó el transporte aéreo en nuestro país.

La aparición de los nuevos modelos de aeronaves metálicas, sobre todo el omnipresente DC-2 norteamericano, sirvió para consolidar el transporte aéreo nacional e internacional, gracias a una mejora sustancial de los sistemas de navegación aérea, de las instalaciones aeroportuarias y de la rentabilidad del servicio.

En España, el transporte aéreo siguió reservado al correo y a los escasos pasajeros de las élites económicas y sociales.

Fueron de nuevo los adelantos tecnológicos aportados por la II Guerra Mundial los que iniciaron una nueva etapa para el transporte aéreo comercial. Los nuevos y potentes motores, así como los sistemas de cabinas presurizadas, permitieron a los aviones estrella de la época, el Lockheed L-49 Constellation y el DC-6, superar las condiciones meteorológicas adversas y superar los 500 km/h de velocidad. La aparición, en 1952, del primer avión a reacción (el Comet I) marcó un punto de inflexión en la aviación comercial internacional.

Estas mejoras en las aeronaves permitieron un abaratamiento de las tarifas aéreas, lo que redundó en un aumento de la demanda, especialmente en las rutas transatlánticas.

En España, a la compañía estatal Iberia se le sumó, en 1946, la efímera CANA y, en 1948, lo hizo Aviación y Comercio (Aviaco), que pocos años más tarde pasó a integrarse con Iberia bajo el paraguas del Instituto Nacional de Industria.

Fue el incremento de la demanda lo que, a mediados de los años cincuenta, impulsó a las compañías a establecer las primeras tarifas de clase turista. La mejora de la economía europea tras la superación de la posguerra, así como la generalización de las vacaciones pagadas dieron lugar a un incremento de la demanda de transporte aéreo, que desembocó en la aprobación de los denominados vuelos chárter en 1956.

Su proliferación cambió el marco del transporte aéreo en Europa, y principalmente en España. Decenas de compañías iniciaron sus vuelos a nuestro país, lo que dio lugar a un nuevo fenómeno social y económico: el turismo.

El desarrollo de los vuelos chárter vino acompañado por una mejora sustancial de los aeropuertos y de los sistemas de navegación, un fenómeno que no solo transformó el transporte y la economía de los destinos turísticos, como Palma de Mallorca, Benidorm o Torremolinos, sino que también ayudó a flexibilizar las rígidas normas existentes en nuestro país tanto en el ámbito social como en el campo político, dada la dependencia de nuestra frágil economía de las divisas extranjeras. Fueron los turistas llegados en los vuelos chárter los catalizadores de un cambio sin precedentes en una sociedad cerrada y oscura.

A las compañías estatales Iberia y Aviaco se unieron empresas como Spantax, Air Spain o Transeuropa, y al unísono se produjo la llegada de los grandes reactores a nuestros aeropuertos, como el DC-8 y, posteriormente, el B-747.

Tras las crisis energéticas de los años setenta y ochenta, el transporte aéreo inició un nuevo periodo de expansión que culminó con la liberalización del sector, primero en Estados Unidos (1976) y, posteriormente, en Europa (1991).

De este nuevo marco, surgieron nuevas y numerosas compañías de servicios punto a punto, las popularmente denominadas «de bajo coste», al tiempo que las compañías tradicionales o de distribución se agrupaban en las grandes alianzas mundiales: OneWorld, Sky Team o Star Alliance.

Los primeros años del siglo xxi han visto un resurgimiento notable del transporte aéreo en toda la geografía española. La práctica totalidad de los aeropuertos han tenido que adaptar sus instalaciones a una demanda creciente de servicios y de compañías, ahora de ámbito europeo. Easyjet o Ryanair han capitalizado el transporte aéreo en España, desplazando a un segundo plano a las empresas nacionales, como Iberia, Air Europa, Vueling o Air Nostrum.

Vemos así cómo un modo de transporte que nació, hace ahora un siglo, del sueño del hombre por surcar los cielos se ha convertido en un elemento imprescindible en el desarrollo de las sociedades contemporáneas.

Los millones de líneas aéreas que cada día surcan el planeta son el reflejo no solo de la movilidad que proporciona el modo aéreo, sino también de una nueva concepción de la sociedad. Las relaciones laborales, sociales, festivas o deportivas no pueden concebirse, ni quizás existirían tal y como se desarrollan hoy en día, sin el transporte aéreo.  

Sin embargo, el desarrollo del transporte aéreo no ha hecho más que empezar.

Es razonable pensar que, en las próximas décadas, surjan de la mano de la tecnología nuevas aeronaves colectivas, eficientes aeronaves privadas y unipersonales, o aerodinos para el transporte domiciliario de mercancías.

En las próximas décadas, a los vuelos tripulados actuales se sumarán los vuelos automáticos, basados en los eficientes sistemas satelitales, y a los que se unirán los hoy todavía experimentales vuelos suborbitales.

En definitiva, un desarrollo de apenas un siglo, en el que el transporte aéreo se ha convertido en uno de los pilares de nuestra sociedad.

 

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