Decenas de kilómetros separaban al viajero de su destino final en la lejana Edad Media y ya podía vislumbrar en el horizonte la imponente mole catedralicia con sus altas torres y afiladas agujas recortadas en el cielo. Aquellas obras medievales no deben su existencia única y exclusivamente al culto religioso. Mas allá de esa primera función, eran promovidas como hitos de la modernidad contemporánea, símbolos de poder institucional, territorial y carta de presentación y despedida al forastero. Todo ello en continua y feroz competencia que a su vez favorecía la creatividad y la técnica en las construcciones a lo largo de toda Europa.
Aparte de sus funciones habituales, catedrales y aeropuertos comparten la misión de impactar en quienes los visitan.
Pasó la era de las catedrales y en pleno siglo XXI, las nuevas terminales aeroportuarias parecen haber tomado el testigo como elementos de promoción, icónicos y representativos del lugar que lo alberga.
Lejos quedan ya los primeros aeropuertos donde un pequeño edificio de viajeros se suponía suficiente para la atención y el servicio al usuario, la facturación de equipaje o la información de vuelos.
La enorme complejidad que han alcanzado las infraestructuras aeroportuarias y su potente implantación en el territorio han colocado a los aeropuertos como uno de los principales instrumentos para la imagen y promoción de la ciudad, país o incluso el régimen político que los ampara. No en vano, es lo primero y último que verá quien visite la zona y puede ser un elemento clave en la impronta que el viajero pueda guardar de aquel lugar.
Conscientes de todo esto, e inmersos ya en una escala de competitividad planetaria, los grandes aeropuertos internacionales parecen haber reactivado esa antigua competencia entre catedrales a fin de hacerse con un lugar en este mundo globalizado.
Por supuesto en el diseño de nuevos aeropuertos, es necesario partir de una resolución funcional, con la idea clara de proporcionar y dar cobertura a todas las necesidades que el sector y el tráfico aéreo requieren. Algo que cada vez resulta más complejo y con mayor nivel de exigencia. Sin embargo, a este aspecto hay que sumar la condición de potente elemento icónico que ya es inherente a este tipo de infraestructuras.
Desde los gobiernos de todo el mundo se promueve que las grandes firmas de arquitectura participen en el planeamiento y el diseño de nuevas instalaciones capaces de impactar en el viajero de manera contundente y de conseguir repercusión internacional. Basta con hojear las últimas noticias al respecto para ver que el panorama internacional en cuanto a la construcción y diseño de aeropuertos está en pleno auge y desarrollo.
El prestigioso arquitecto Sir Norman Foster, que se ha consagrado como un experto en el diseño de aeropuertos, es actualmente el artífice de dos de los mayores aeropuertos en construcción del mundo: Pekín y el nuevo aeropuerto internacional CDMX en ciudad de México. Este último es la mayor obra de infraestructura que se construye en Latinoamérica.
En ambos casos al característico y espectacular diseño High Tech con que se distingue este arquitecto se suman las alusiones en su concepción a símbolos nacionales como son el dragón chino y el águila y la serpiente respectivamente.
Estambul presume del que será el aeropuerto más grande del mundo bajo un mismo techo: suma casi un millón de metros cuadrados y ha sido concebido como la gran puerta de entrada a la Turquía moderna. Toda una declaración de intenciones.
Son ejemplos destacables por su tamaño y proyección internacional, pero obviamente hay multitud de proyectos aeroportuarios de destinos internacionales donde la arquitectura participa de lleno en la configuración de estos grandes contenedores, experimentando e implementando nuevos diseños, tipologías estructurales, envolventes, control de luz natural, sostenibilidad, movilidad, interiores…
Terminales para generar en los usuarios y visitantes un impacto cuasi místico y similar al que antaño pudieron experimentar aquellos que se adentraban en las impactantes bóvedas catedralicias bajo la luz tamizada por vidrieras de colores. En ambos casos, catedrales y aeropuertos, tenían y tienen como misión elevarnos a los cielos.