A lo largo de la historia de la humanidad ha habido personas memorables cuya contribución a la ciencia se puede considerar como algo excepcional. Conocemos a muchos de ellos y, concretamente en el contexto de la aeronáutica, inmediatamente vienen a nuestra cabeza apellidos ilustres como da Vinci, Cayley, Montgolfier, Le Bris, Lilienthal, Ader, Pilcher, Whitehead, Zeppelin, Torres Quevedo, Santos Dumont, Wright, Alcock, Forlanini, de la Cierva, Lindbergh, Latécoère y algunas decenas más. Hay otros nombres que, sin embargo, han pasado de forma más discreta a la historia a pesar de que su contribución ha sido ciertamente notable. Tal es el caso de un científico, historiador, poeta, inventor y, desde luego, pionero aeronáutico, como fue Abbas Ibn Firnas.
La historia a veces se olvida de algunos pioneros, como el caso de Abbas Ibn Firnás, el primer hombre que voló con un artefacto más pesado que el aire y vivió para contarlo.
Muchos se sorprenden al conocer que este hombre fue el primero capaz de volar con un artefacto más pesado que el aire, manteniéndose en vuelo algo más de diez segundos. Y lo hizo, además, más de mil años antes que los hermanos Wright, concretamente en el año 875. Pero, ¿quién fue Abbas Ibn Firnas?
Su nombre de nacimiento fue Abu al-Qāsim Abbās ibn Firnās y vino al mundo en el año 810 en los alrededores de la ciudad de Ronda (Málaga, España). Se sabe relativamente poco de su infancia, salvo que adquirió una extensa cultura y empezó a destacar en diversas disciplinas, lo que le condujo inexorablemente a la que en aquel momento era la ciudad más rica e influyente de Al-Andalus, Córdoba. Allí destacó como científico, inventor, poeta, filósofo, alquimista, músico y astrólogo hasta tal punto que recibió el sobrenombre de Hakim Al Andalus (el sabio de Al Andalus).
Una vez en Córdoba desarrolló extensamente sus facetas de conocimiento contribuyendo de forma significativa en el avance de las ciencias y las artes en las cortes de los emires al-Hakam (796-822), Abderramán II (822-852) y Muhammad I (852-886).
En el campo científico fue el primero en utilizar en toda la Península Ibérica, y probablemente en Europa, las tablas astronómicas de Sinhind, de origen hindú, que más tarde resultarían básicas en el desarrollo de la ciencia europea y se estudiarían en las universidades medievales como asignatura del Quadrivium (donde se integraban la música, la aritmética, la geometría y la astronomía).
Introdujo en el mundo occidental la técnica para tallar el cristal de roca e incluso desarrolló procedimientos de alquimia para crear cristales a partir de diferentes minerales.
Construyó para el emir de Córdoba una clepsidra (en árabe Al-Maqata-Maqata), un reloj complejo que utiliza agua como energía, a la que cierran o abren el paso una serie de válvulas y sirve para dar las horas en cualquier momento del día o de la noche, algo poco corriente en su época.
También desarrolló la primera esfera armilar (o astrolabio esférico) de Europa, utilizada para realizar cálculos y observaciones astronómicas aproximadas, orientando los círculos del instrumento según el plano de los círculos celestes.
Como ejemplo de su avanzado conocimiento astronómico, construyó en su residencia de Córdoba un planetario, articulado mecánicamente, que representaba la bóveda celeste. Incluso lo ambientó con efectos sonoros y visuales que simulaban los distintos meteoros: la tormenta, el rayo y el trueno.
En el contexto de la aeronáutica, Abbas Ibn Firnás es un referente extraordinario como precursor del paracaídas y por ser la primera persona que diseñó, construyó y probó con éxito artefactos que se podían mantener en el aire. Lo hizo seiscientos años antes de que Leonardo da Vinci desarrollara sus diseños de máquinas voladoras y más de mil años antes de que los hermanos Wright hicieran su famoso vuelo.
Su primer hito aeronáutico fue en el año 852, en el que saltó al vacío desde el alminar de la Mezquita de Córdoba utilizando una lona a modo de innovador paracaídas. Nunca se había intentado algo así. O, al menos, nadie pudo contarlo hasta aquella fecha. El resultado fue un descenso relativamente rápido, con un aterrizaje tosco y varios huesos rotos, pero con la firme convicción de que aquello podía funcionar. Este hecho se considera de forma generalizada como el uso del primer paracaídas de la historia.
Años más tarde, en 875, diseñó un planeador a base de madera y tela de seda (adornada con plumas de diversas aves) con el que se lanzó desde las colinas de la Ruzafa, cercanas a Córdoba. Seguro de que aquel ingenio funcionaría, había convocado a centenares de personas a lo largo del recorrido. También estaban presentes muchos miembros de la corte de Muhammad I, emir del califato andalusí. El resultado fue un vuelo sostenido aprovechando las corrientes de aire que duró entre dos y diez minutos (dependiendo de las crónicas que se tomen como referencia). Según parece, el control del artilugio fue bastante deficiente y fue posiblemente la causa del accidentado aterrizaje en el que se lastimó seriamente ambas piernas. Posteriormente atribuyó el problema a la necesidad de incorporar una cola al diseño de la aeronave. Con 65 años, muchos para su época, ya no volvió a intentarlo, pero se convirtió en el primer hombre en la historia que volaba con un artefacto más pesado que el aire… y podía contarlo.
Incluso tomando como referencia las cifras más exiguas sobre su vuelo, fue muy superior en tiempo y en distancia al que en 1903 hicieron los hermanos Wright.
El nombre de Abbas Ibn Firnas figura actualmente en aeropuertos, puentes, colinas, parques, avenidas y organismos científicos, especialmente en países con antecedentes bereberes, pero lo que sin duda quedará para la inmortalidad es que uno de los cráteres de la luna lleva asimismo su nombre.