El gran público descubrió las armas inteligentes por primera vez durante la Primera Guerra del Golfo. Las cámaras de televisión de la CNN introdujeron la potencia de los misiles guiados en las casas de millones de personas de todo el mundo. En aquel momento, todos creíamos que esa clase de armas solo se la podían permitir las fuerzas armadas públicas con muchos fondos. Al fin y al cabo, las artes militares siempre han sido una combinación de soldados con tecnología cara e innovadora.
La tecnología permite practicar la microcirugía en el campo de batalla que exigen las democracias: sin daños colaterales.
El coste de producción actual de un misil Tomahawk gira en torno a los 500.000 dólares. Éste sale a cuenta si se utiliza contra un centro de comunicaciones estratégico en suelo enemigo. No obstante, estos misiles son un despilfarro en la actual guerra de guerrillas. No tiene sentido disparar un misil Tomahawk contra una motocicleta en la que viajan dos tíos mal afeitados: el conductor con un Kalashnikov colgado al hombro y el pasajero con un fusil antitanque ligero.
Hasta el momento, la forma habitual de enfrentarse a objetivos secundarios ha sido utilizar muchos cohetes no guiados. Desgraciadamente, los cohetes no guiados no son precisos y, por consiguiente, es más probable que no den en el blanco. Por otra parte, dado que el número de cohetes por cargador es limitado, esta estrategia tiene el inconveniente de que limita el número de objetivos por misión.
La tecnología está cambiando las reglas del juego. Gracias a las innovaciones del sector armamentístico, se están creando armas más baratas, más inteligentes y de menor tamaño. Utilizan piezas de catálogo, software de código abierto, Google Maps, data-links comerciales, tecnología infrarroja y sistemas de navegación GPS para producir micromisiles guiados y de bajo coste.
Los estrategas militares están encantados con esta nueva tecnología. La precisión del arma les permite neutralizar más objetivos en cada misión. También les permite practicar la microcirugía en el campo de batalla que exigen las democracias: sin daños colaterales. Y todo ello sin pasarse del presupuesto. Demasiado bueno para ser cierto.
Solo hay un defecto.
Las nuevas tecnologías hacen que las armas de precisión sean baratas (y estén disponibles) también para los malos. No se puede impedir que los frikis de la tecnología desarrollen este tipo de armas para terroristas. Es muy probable que también fabriquen mortíferas armas inteligentes empleando piezas de catálogo. Puede que esas armas no sean tan fiables y precisas como las nuestras, pero serán lo suficientemente buenas como para hacernos daño.
Que no cunda el pánico. Simplemente debemos ser conscientes de ello. Los gobiernos protegen ya a sus ciudadanos y están desarrollando tecnologías de defensa con las que hacer frente a esta nueva amenaza. Por suerte, los buenos siempre llevamos la delantera.