A los políticos les encanta decir a las aerolíneas cómo gestionar su negocio. No lo pueden evitar. El transporte aéreo es demasiado atractivo como para que lo dejen volar solo. Éste vende bien. Genera grandes titulares. El transporte aéreo aporta los votos necesarios en las urnas en el momento adecuado.
Por ejemplo, a algunos políticos les encanta decir a las aerolíneas privadas dónde ubicar su centro de interconexión de vuelos. Normalmente, y no es ninguna sorpresa, es el aeropuerto de la región de donde provienen. Poco importa si el negocio de la compañía/víctima sólo apunta a vuelos punto- a-punto.
Hace falta más agilidad en la legislación aeronáutica y facilitar el desarrollo aeroportuario.
También les encanta decirles a qué destinos deben volar. Los votantes ya disfrutan de vuelos directos a hoteles bajo el sol del Mediterráneo. La gente necesita experiencias nuevas. Destinos con más glamour y más lejanos, tales como Bangkok, Punta Cana o Kuala Lumpur, venden de maravilla.
Los políticos no parecen ser conscientes de que las aerolíneas privadas son bastante capaces de arreglárselas solas sin su ayuda. Las aerolíneas no necesitan del intrusismo político que enreda el negocio. Los vuelos al extranjero no serán posibles a menos que haya un mercado para ellos. Algunos mercados necesitan una masa crítica de pasajeros potenciales para despegar. No importa lo larga que sea la pista o lo grande que sea la terminal, los aviones no volarán sin los tan necesarios clientes.
Al mismo tiempo, los políticos son generalmente reticentes a verse ligados públicamente al proyecto de ampliación de un aeropuerto. Tanto la derecha como la izquierda son bien conscientes del poder devastador de un grupo de vecinos enfadados o de los ecologistas en lucha.
Los políticos deberían convertir sus innovadoras aero-ideas en más agilidad en la legislación aeronáutica. Su trabajo es facilitar el desarrollo aeroportuario. El peor enemigo del desarrollo económico de una región no es la incapacidad de las aerolíneas para abrir nuevas rutas. Es más bien la indecisión crónica de los políticos sobre los planes de modernización de los aeropuertos.