En los últimos 30 años, el transporte aéreo ha crecido a una media del 5% anual. Se prevé que continúe esta tendencia en el sector y que el número de aeronaves comerciales se duplique para 2040. Dado que el mundo se enriquece y cada vez más personas pasan a engrosar el segmento de renta de clase media, tiene sentido por tanto que también aumenten los viajes en avión.
Europa no puede permitirse un espacio aéreo no competitivo en medio de una economía global.
No obstante, para que estas predicciones lleguen a materializarse hemos de afrontar numerosos retos. Para el año 2040, Eurocontrol estima que veinte aeropuertos europeos sufrirán graves problemas por capacidad insuficiente.
De acuerdo con la Comisión Europea, «las ineficacias debidas a la fragmentación del espacio aéreo europeo acarrean unos costes adicionales de 5 mil millones de euros al año». Si no implantamos la iniciativa del Cielo Único Europeo, es inevitable que la saturación del espacio aéreo obligue a muchas aeronaves a quedarse en tierra.
Además, a pesar de los esfuerzos de los fabricantes de motores para reducir los ruidos, el continuo aumento de los movimientos de aeronaves cerca de áreas densamente pobladas intensificará la presión social sobre el sector. Es la canción de siempre: viajar en avión sí, pero lejos de mi casa.
Por último, el sector deberá afrontar y dar respuesta al reto de las emisiones de dióxido de carbono. La creencia actual de que el desarrollo de motores más eficientes reducirá las emisiones de gases invernadero no se sostiene. El consumo eficiente de combustible está, paradójicamente, agravando aún más el problema. Un dato ilustrativo: el propio sector prevé que las actuales emisiones se dupliquen en 2040. Y tiene sentido. Cuanto más eficiente es el consumo de los aviones, más barato resulta viajar. En consecuencia, más personas viajan más y a destinos más lejanos. No extraña, por tanto, que el cálculo del sector apunte a una duplicación del negocio durante los próximos veinte años.
Dicho esto, ¿qué expectativas podemos albergar para los próximos 25 años?
Creo que el Cielo Único Europeo se convertirá en una realidad, con o sin brexit. Europa no puede permitirse un espacio aéreo no competitivo en medio de una economía global. Además, el sistema de navegación actual, basado en radiotransmisores de voz y puntos de referencia, va a desaparecer. Gracias al uso de comunicadores de enlace de datos se conseguirán rutas flexibles y más directas. Dichos datos proporcionarán la información necesaria para una navegación segura y compleja.
El ruido siempre será un problema. El ruido tiene un efecto acumulativo, de manera que, por muy silenciosos que sean los aviones, de poco servirá si el número de vuelos sobre los vecindarios es cada vez mayor. Por tanto, la población mundial expuesta al ruido de los aviones seguirá aumentando. El problema podría resolverse parcialmente fomentando el uso de aeropuertos alternativos más pequeños. De este modo, el ruido se «diluiría» entre grupos de población más grandes. No obstante, como he dicho antes, es de esperar que aumente la oposición de las comunidades a la construcción de aeropuertos en sus alrededores.
El problema de las emisiones de dióxido de carbono es más complicado de resolver. El estado actual de la tecnología no permite augurar un cambio en el uso de los combustibles fósiles en la aviación en un futuro próximo. Las aeronaves, por definición, deben ser ligeras. Por tanto, es necesario que se propulsen mediante formas de energía de alta densidad. Las energías verdes alternativas, como la eólica, la solar o la hidráulica, pueden producir electricidad ecológica. Pero la electricidad, como es bien sabido, requiere sistemas de almacenamiento muy pesados. Los biocombustibles podrían constituir una solución pero, como ya se está comprobando, también generan ciertos daños colaterales indeseados.
De todos modos, el transporte aéreo solo representa el 2% del total de emisiones humanas. A corto plazo, no existe un medio de transporte viable que pueda sustituir al transporte aéreo para distancias de 1.000 km o más. Si pretendemos atajar las emisiones de efecto invernadero, es necesario que la humanidad dirija sus esfuerzos a otros campos para los que sí existen, de hecho, fuentes de energía alternativas.
Finalmente, si logramos superar todos los retos recién descritos, creo que surgirá un nuevo competidor en el mercado: el vehículo volador autónomo.
El vehículo volador autónomo –un dispositivo de vuelo privado controlado por ordenador– revolucionará el transporte de la misma manera en que lo hizo el automóvil privado en el siglo pasado. La duración del viaje para llegar a Londres desde Rènnes o desde París será más o menos la misma. En consecuencia, las ciudades pequeñas serán más competitivas, ya que no será necesario estar cerca de un gran aeropuerto para disponer de un medio de transporte rápido. Los coches trasladaron a las personas desde el centro de las ciudades a la periferia y los vehículos voladores autónomos trasladarán a las personas desde las grandes ciudades a las comunidades pequeñas.
Y si queremos soñar aún más, las naves espaciales suborbitales son la siguiente frontera. Viajar de Europa a Estados Unidos en menos de una hora estará al alcance de la mano de nuestros nietos. Podrán volar de Europa a Nueva York en el día, visitar el MoMA, comerse un perrito en Times Square y volver a casa a ver la final de la Liga de Campeones. No parece un mal plan.