Me gusta la arquitectura. Mucho. Me apasiona entrar en espacios bien resueltos y tratar de entender qué hace de ese lugar algo especial.
De igual modo, encuentro fascinante cómo funciona un aeropuerto. Siempre lo he imaginado como un enorme hormiguero en el que cada soldado sabe perfectamente qué debe hacer.
Llevo veinticinco años trabajando en esto, en arquitectura de aeropuertos. Y he tenido la fortuna de conocer a muchos de los mejores arquitectos e ingenieros de este sector y de visitar igualmente edificios impresionantes. Y cuanto más me esfuerzo por entender cómo trabajan unos y qué hace que esos edificios sean tan buenos, más acierto a comprender que la respuesta es esta y sólo esta: Laura, José, Felipe, María, Rocío, Javier, Alonso o Francisco.
En los proyectos aeroportuarios, de nada sirve preocuparse (sólo) por sesudos análisis si olvidamos escuchar con verdadero interés al responsable de llevarlos a cabo.
Las vigas que calculamos en AERTEC soportan momentos flexores, esfuerzos de compresión y torsiones. Somos expertos en la materia, sabemos diseñarlas muy bien…. pero son los ingenieros que las calculan -esos expertos- los que realmente disipan la tensión.
Y, de igual modo que una viga armada, por muy bien ejecutada que esté, no es capaz de transmitir esfuerzos mayores de para los que fue calculada, los ingenieros que las calculan, por muy buenos y eficientes que sean, tampoco pueden -ni deben- disipar mayor tensión de la razonable en ese proceso.
Poner el valor en ese proceso, en la tecnología, en la matemática y no hacerlo en la persona que está detrás de ello y que tiene el conocimiento para ponerlo en práctica, es tan inútil cómo idolatrar un instrumento musical y no al interprete que es capaz de hacerlo sonar.
Cada intérprete es distinto. Cada persona, cada recurso que hay detrás de la redacción de un proyecto, es único y sus motivaciones, intereses, fricadas y miedos son exclusivos. Y en nuestra empresa lo sabemos muy bien.
Evidentemente es imprescindible contar con recursos de calidad. De nada sirve cuidar y motivar a un supuesto violinista que coja el arco con la mano izquierda. Hay un mínimo de conocimientos y habilidad con los que un ingeniero debe contar para ayudar a que una sinfonía suene bien.
Pero superado este baremo y, para que un grupo de trabajo realmente se transforme en un equipo de trabajo, el recurso que los lidera ha de saber cómo obtener lo mejor de cada miembro de su equipo.
Entonces, ¿cómo es un buen director de proyecto? ¿Qué cualidades debe tener y cómo debe ejercerlas un buen líder?
Entre en Google, teclee “líder” y con toda seguridad coincidirán decenas de entradas con lo que aquí expongo. El hecho de hacerlo no es porque no sea de sobra conocido. Sino porque de manera reiterada, y más en trabajos de corte tan técnico como el diseño de un aeropuerto, muchas empresas se olvidan de todo esto refugiándose detrás de la literatura regulatoria, de los aspectos más retorcidos de los contratos o de unas supuestas buenas prácticas que esconden un peligro muy evidente detrás.
Es lo contrario lo que en nuestra empresa hace que se generen relaciones abiertas, claras, sinceras y de confianza. Relaciones basadas en dos cualidades que consideramos imprescindibles en nuestros Directores de Proyecto:
La comunicación,
…pero bien entendida. Esto es, en las dos direcciones; pero especialmente en la del canal receptor.
Un buen líder está abierto a escuchar ideas diferentes a las suyas, distintos puntos de vista. Acepta críticas y/o comentarios, realizados, eso sí, de un modo constructivo. Querer mejorar implica escuchar lo que habitualmente no te gusta, brindando a tus colaboradores la confianza suficiente para poder expresar sus ideas.
Del mismo modo, es capaz de comunicar de forma clara su visión y los objetivos comunes que se buscan. Transmitir de manera inequívoca qué se espera de cada miembro del equipo, es esencial.
En ocasiones el líder no alberga duda alguna acerca de lo que quiere conseguir o de lo que un determinado cliente espera de la organización. Y, sin embargo, no es capaz de transmitir esa clarividencia al resto del equipo.
Aún es peor, claro está, si ni siquiera tiene claro que es lo que busca, haciendo imposible que cada miembro del equipo entienda su cometido o cuál debe ser el resultado de su esfuerzo.
Comunicar de forma sencilla, clara y directa, solicitando siempre la réplica por parte de nuestro interlocutor, es clave para evitar situaciones de desentendimiento. Situaciones que, por otro lado, suelen derivar en un desgaste de recursos, inasumible para casi cualquier organización.
La inteligencia emocional.
Existe un tipo llamado Daniel Goleman del que, habitualmente, recomiendo sus charlas, textos, entrevistas, … porque lo considero especialmente persuasivo.
Para este psicólogo americano la inteligencia emocional -definida como la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos y mostrar la habilidad de manejarlos – representa el factor más importante del éxito en nuestras vidas.
Y repito: el factor más importante del éxito en nuestras vidas. En todos los ámbitos de esta.
Según Goleman, una persona que es emocionalmente inteligente es capaz de automotivarse, de regular su estado de ánimo y controlar sus impulsos, de agradecer lo que le sucede y, sobre todo, de empatizar y confiar en los demás.
Literalmente esto es oro aplicado a la relación de un equipo.
Cuando empatizamos con nuestros compañeros de trabajo, atendiendo de manera absoluta a lo que nos transmiten, comprendemos qué les preocupa, cuáles son sus necesidades y cómo podemos ayudarles. Si lo hacemos de manera real y sincera, en la mayoría de los casos se generará una relación de absoluta confianza, que redunda en un entorno de trabajo sencillamente ejemplar.
Cuando sabemos qué nos pasa y lo controlamos, solemos decidir de manera más racional, objetiva y equilibrada. Y esto es primordial, especialmente en la resolución de los numerosos conflictos que inundan nuestro día a día. No existe relación laboral más tóxica que aquella que está gobernada por la irracionalidad y la falta de rigor.
Y cuando reconocemos la virtudes y ámbitos de mejora de nuestro equipo, estamos en disposición de ayudarles a crecer y, sobre todo, a que alcancen sus objetivos de desarrollo personal y profesional. Sencillamente, no somos nada sin ellos.
En alguna ocasión he escuchado a profesionales “brillantes” denostar estas virtudes, minusvalorarlas alegando que un buen profesional ya sabe lo que debe hacer. Si es bueno, no hace falta que nadie le diga su cometido.
En AERTEC pensamos que, para que un ingeniero senior – pongamos que, de más de 10 años de experiencia- sea considerado un profesional “completo”, un líder “valioso y ejemplar”, debe ser por algo más que por realizar precisos y detallados cálculos.
De nada sirve preocuparse (sólo) por sesudos análisis mientras olvidamos conceptos tan sencillos como escuchar con verdadero interés al responsable de llevarlos a cabo.
Con toda seguridad, nada de lo aquí expuesto resulte extraordinario o novedoso. Simplemente lo escribo porque, cuando salimos de nuestras oficinas, lo que sí que es extraordinario y no tan frecuente, es ver cómo se pone en práctica.
Si ve alguien haciéndolo, aunque no sea el calculista más brillante con el que ha trabajado, haga lo posible por retenerlo.…o por ficharlo!