Raramente se oye hablar de ellas, pero las corrientes en chorro son un fenómeno atmosférico que afecta de forma sensible a aspectos tan importantes como el clima o, dentro del ámbito aeronáutico, a la duración o la estabilidad de ciertos vuelos, e incluso la economía de algunas compañías aéreas.
Se trata de enormes flujos de aire que circulan a altas velocidades en nuestra atmósfera. En general, cuando alguien menciona a “la corriente en chorro”, suele referirse a dos en concreto: la del frente polar o la subtropical, dos fenómenos importantes que son parte esencial de los patrones climáticos en todo el mundo.
Flujos enormes de aire que se mueven en la atmósfera a gran velocidad y que afectan de forma significativa al clima y, específicamente, a la navegación aérea.
Según la Organización Meteorológica Mundial, una corriente en chorro es “una fuerte y estrecha corriente de aire concentrada a lo largo de un eje casi horizontal en la alta troposfera o en la estratosfera, caracterizada por una fuerte cizalladura vertical y horizontal del viento. Discurre normalmente a lo largo de varios miles de kilómetros, en una franja de varios centenares de kilómetros de anchura y con un espesor de varios kilómetros”. En realidad, no se trata de un fenómeno que se produzca únicamente en la Tierra, sino que se ha detectado en la atmósfera de otros planetas de nuestro Sistema Solar.
Hay diversas corrientes en chorro en nuestra atmósfera que se encuentran en torno a la tropopausa, la zona de transición entre la troposfera y la estratosfera. La tropopausa se encuentra a una altitud variable que oscila entre los 9000 metros en los polos a los 17000 en el ecuador terrestre, siendo una zona muy relevante en navegación aérea al ser el principal entorno en el que se desenvuelven los vuelos comerciales en su fase de crucero. En la troposfera, la temperatura del entorno disminuye con la altitud hasta llegar a valores en torno a los -60ºC, mientras que a partir de la tropopausa, subiendo en la estratosfera, la temperatura aumenta hasta llegar al entorno de los 0ºC.
Con independencia del hemisferio terrestre en el que nos encontremos, en las corrientes en chorro los vientos viajan de oeste a este, con velocidades que oscilan entre los 125 y los 225 kilómetros por hora, aunque pueden llegar a superar los 400 kilómetros por hora. Su fisonomía es muy variable, aunque prevalece la de largos flujos serpenteantes que evolucionan constantemente y que se desplazan ocasionalmente a altitudes más altas o bajas. Se bifurcan y se juntan de nuevo, crean remolinos y modifican su flujo, dependiendo de diversos factores. Están causadas principalmente por una combinación de los efectos de la rotación del planeta sobre su eje y el calentamiento atmosférico debido a la radiación solar.
En ambos hemisferios terrestres, norte y sur, existe una corriente en chorro polar y otra subtropical. En el hemisferio norte la corriente polar viaja sobre las latitudes medias y altas, en torno a los 60º (sobre Asia, Europa y América del Norte, así como Pacífico y Atlántico norte. En el hemisferio sur, sin embargo, la corriente polar se circunscribe en casi todo su recorrido al continente antártico. Durante el invierno, las corrientes en chorro tienden a seguir la elevación del sol y moverse hacia el ecuador, mientras que en primavera regresan hacia los polos. Se ubican a una altitud que oscila entre 8 y 12 kilómetros sobre el nivel del mar.
Las corrientes en chorro subtropicales, por su parte, evolucionan en latitudes medias (unos 30º) de ambos hemisferios y a una mayor altitud, entre 10 y 16 kilómetros, siendo más débiles que las polares.
A medida que las corrientes en chorro evolucionan verticalmente o se separan para juntarse en otro punto, mueven inmensas masas de aire, creando cambios en los patrones climáticos globales.
En el ámbito de la navegación aérea, estos fenómenos son esenciales para entender las turbulencias que afectan a los vuelos o al hecho de que el tiempo de vuelo para un mismo trayecto pueda ser mucho más corto o largo en función de si volamos hacia el este o hacia el oeste.
La altitud de crucero de los vuelos comerciales suele estar en torno a la tropopausa, justo por donde circulan las corrientes en chorro. Lo hacen para aprovechar la baja densidad del aire, lo que les permite alcanzar velocidades más altas a la vez que consumos de combustible más bajos. Además, a esa altitud no se van a encontrar con fenómenos meteorológicos intensos, ni aves, que puedan afectar al vuelo.
Cuando los pilotos de las compañías aéreas planifican un vuelo, uno de los elementos que suelen tener en cuenta es la ubicación de las corrientes en chorro y su intensidad a lo largo del trayecto que van a efectuar. Para un vuelo que discurra en el mismo sentido que una corriente en chorro, incorporarse a esa masa de aire en movimiento puede suponer un “empuje” adicional que disminuirá de forma sensible el tiempo para realizar el trayecto a la vez que disminuye el consumo de combustible. Por el contrario, encontrarse con fuertes vientos en contra supondría el efecto opuesto, motivo por el que se procuran evitar, modificando la ruta a seguir.
Un ejemplo muy claro de este fenómeno lo podemos observar en los vuelos que se realizan entre Estados Unidos o Canada y Europa cruzando el Océano Atlántico. En circunstancias convencionales, un vuelo entre Nueva York y Londres debería durar unas 6 horas y 15 minutos. Recientemente, un avión de Norwergian realizó el trayecto subsónico más corto entre ambas ciudades con un tiempo de 5 horas y 13 minutos gracias a vientos de cola de hasta 300 km/h, que impulsaron a la aeronave a una velocidad máxima de 1249 km/h. Poco tiempo después, un Boeing 747 de British Airways pulverizaba ese récord haciendo el mismo trayecto en 4 horas y 56 minutos, a una velocidad de 1287 km/h y, junto a él, hizo lo propio un Airbus A350 de Virgin que tardó tan solo un minuto más. En estos dos casos, el récord fue propiciado por la supertormenta Ciara (2020), cuyo origen estuvo en la corriente en chorro polar.
En general, utilizar estas corrientes para cruzar el Atlántico supone un ahorro de tiempo entre 30 y 45 minutos de media para las compañías aéreas, lo que se traduce en una reducción muy significativa del consumo de combustible que, a su vez, significa una reducción en la emisión de gases de efecto invernadero. Si, por el contrario, los vuelos son en sentido contrario, las consecuencias serían las opuestas.
Aunque son muchos los parámetros a tener en cuenta y, por tanto, definir una cifra concreta puede inducir a confusión, a modo indicativo es probable que la reducción general de los tiempos de vuelo gracias a las corrientes en chorro genere un ahorro de más de 55.000 toneladas de combustible de aviación por año, lo que significa aproximadamente la emisión de 175.000 toneladas anuales menos de CO2.
Otro aspecto en el que tienen protagonismo las corrientes en chorro son las turbulencias que solemos experimentar en los vuelos. Este tipo de corrientes son las que suelen estar en el origen de las llamadas “turbulencias de aire claro”, invisibles, impredecibles y más comunes durante las primeras horas del día, que dan lugar a pequeñas sacudidas en el avión. Puedes encontrar información más detallada sobre las turbulencias en este post.
Hay diversas teorías y estudios que abordan la forma en que el calentamiento global está afectando a las corrientes en chorro, de tal forma que se pueda predecir, en cierta medida, cual va a ser la variación de los patrones climáticos o su afección a la navegación aérea en el futuro. Sin embargo, se puede decir que la principal conclusión es que no hay conclusiones claras.
Grupos de expertos fiables y confiables llegan a la conclusión de que el calentamiento global empuja gradualmente las corrientes en chorro hacia los polos, confirmando que la corriente en chorro del norte se desplazó hacia el norte a un ritmo medio de 2,01 kilómetros anuales entre 1979 y 2001, con una tendencia muy parecida en la corriente en chorro del hemisferio sur. También han planteado la posibilidad de que la corriente en chorro también se esté debilitando gradualmente. Sin embargo, otros estudios científicos han puesto de manifiesto que entre 2002 y 2020 la corriente en chorro del Atlántico Norte se había reforzado sin que haya habido un desplazamiento evidente.
Un estudio de 2021 realizado en la Universidad de Arizona a partir de núcleos de hielo extraídos en Groenlandia, pudo reconstruir los patrones de la corriente en chorro en los últimos 1250 años, poniendo de manifiesto que todos los cambios observados recientemente se mantienen dentro del rango de la variabilidad natural.
Sin duda, las corrientes en chorro son (y seguirán siendo) parte esencial de algunos aspectos de nuestra vida, especialmente en nuestra interacción con la atmósfera, aunque una inmensa mayoría de la población sigan sin saber realmente de su existencia.