A menudo entramos en el debate sobre los efectos de la actividad humana en el medio ambiente tratando de abordar de forma simple un tema que, en realidad, tiene muchas variantes y puntos de vista diferentes.
Ante la pregunta sobre qué medio de transporte contamina más, podemos obtener una respuesta simple si nos atenemos exclusivamente a las emisiones de gases de efecto invernadero durante el desplazamiento: Es el transporte por carretera, responsable casi del 16% del total de las emisiones. El que menos, el ferrocarril, con tan solo el 0,2%, seguido del transporte aéreo, en torno al 2%.
Solemos medir (erróneamente) el impacto generado por los medios de transporte solamente en base a sus emisiones de gases de efecto invernadero, en vez de contemplar todas las afecciones de su ciclo de vida, que sería más acertado.
Cuando deseamos abordar una visión más amplia, es cuando la ecuación se complica.
Pensemos que la emisión de gases de efecto invernadero va ligada al desplazamiento propiamente dicho, es decir, la medimos por kilómetro y pasajero, pero no se suele tener en cuenta que el impacto generado por cualquier medio de transporte abarca igualmente las infraestructuras necesarias para que ese desplazamiento se produzca (carreteras, vías, puertos, aeropuertos, estaciones, etc.).
Tampoco solemos medir el impacto de las industrias necesarias para la generación, almacenaje y consumo de la energía (centrales térmicas, hidroeléctricas, campos petrolíferos, industria para la fabricación de baterías, empresas mineras necesarias para la extracción de los correspondientes recursos, etc.). Todas esas infraestructuras, a su vez, generan un enorme impacto durante su construcción y explotación, que se amortizará según diversas variables a lo largo de su vida útil. En la respuesta simple tampoco se contempla el ciclo de vida completo de cada vehículo (fabricación, repuestos, residuos sólidos o desguace). La realidad es que podemos complicar la ecuación hasta límites insospechados.
Hasta aquí hemos hablado sobre algunos de los impactos negativos que podrían intervenir en la ecuación para saber qué medio de transporte podría ser el más dañino para el medio ambiente. Pero sería justo tener en cuenta, igualmente, los beneficios existentes en cada caso. Es obvio que el equilibrio entre impactos negativos y positivos es inexistente en la actualidad, dado que todos los medios de transporte, sin excepción, tienen un balance de impacto negativo sobre el entorno. Pero sí es cierto que ambos extremos deberían formar parte de la ecuación.
Por poner un ejemplo, existe un consenso en que el transporte aéreo es responsable de la emisión en torno a un 2% aproximado de los gases de efecto invernadero. Eso es cierto, como también lo es el beneficio social y económico que aporta (traslados rápidos, economía de tiempo, asistencia médica, apoyo humanitario, turismo, negocios, transporte inmediato de mercancías, etc.). Siguiendo con este mismo ejemplo, a la hora de realizar la ecuación de impacto también faltan algunos aspectos importantes en esa ecuación, tales como la repercusión de las propias infraestructuras, los aeropuertos, que, su vez, tienen afecciones negativas (suelo ocupado, accesos, emisiones, residuos…) y positivas (empleos generados, facilidades a los pasajeros, economía indirecta…).
Un debate serio sobre el impacto generado por cada medio de transporte debería abordar, como hemos visto con ese ejemplo, un horizonte mucho más amplio. Esto significa analizar lo que supone el ciclo completo de sus afecciones, desde el diseño, construcción y mantenimiento de las infraestructuras necesarias, hasta la operación de cada uno de los medios de transporte. De hecho, raramente se suele abordar el impacto generado por las infraestructuras de cada tipo de transporte cuando se habla de la afección al medio ambiente. Es una realidad que la construcción, operación y mantenimiento de carreteras, vías, puentes, puertos, aeropuertos y otras infraestructuras necesarias para el transporte, pueden provocar la degradación de los recursos naturales, así como la emisión de gases de efecto invernadero y contaminantes atmosféricos, entre otros tipos de impactos.
Veamos algunas cifras gruesas referidas a los diferentes medios de transporte…
- En el mundo hay unos 36 millones de kilómetros de carreteras que soportan el tráfico de más de 1.400.000.000 vehículos.
- En las carreteras de los EEUU mueren un millón de vertebrados cada día.
- En el mundo hay 1.320.000 kilómetros de vías de ferrocarril.
- El número de instalaciones para aviación comercial, incluidos aeródromos con pistas pequeñas de tierra para avionetas de pasajeros, está en torno a las 7.000 en todo el mundo.
- Existen unos 6.000 puertos marítimos en el mundo, de los que algo más de 1.200 tienen grandes instalaciones portuarias para manejo de mercancías. Además, hay unos 8.000 puertos deportivos.
Estas cifras tienen su reflejo en una serie de impactos que aisladamente pueden no parecer importantes, pero si los analizamos en su conjunto, impresionan:
Para cualquiera de esas infraestructuras de transporte, las actividades de construcción, la tala de bosques, la nivelación de terrenos o la construcción de la propia infraestructura, pueden perturbar los hábitats de la vida natural y provocar fenómenos previsibles como la erosión del suelo o la contaminación del agua.
Las infraestructuras de transporte, especialmente las lineales como carreteras o vías de ferrocarril, también provocan la pérdida de biodiversidad, ya que pueden fragmentar los ecosistemas y desplazar la vida silvestre. Pongamos como ejemplo la muerte de miles de animales cada día debido a colisiones con vehículos. Además, la contaminación acústica y lumínica del sector del transporte también puede alterar el comportamiento de la vida silvestre, afectando sus patrones de migración y ciclos de reproducción.
Las emisiones de gases de efecto invernadero del sector del transporte también contribuyen significativamente al calentamiento global y al cambio climático. El gas de efecto invernadero más importante emitido por el sector del transporte es el dióxido de carbono, que se libera por la combustión de combustibles fósiles. El sector del transporte es responsable de aproximadamente un tercio de todas las emisiones de dióxido de carbono a nivel mundial, lo que lo convierte en uno de los principales contribuyentes a la crisis del calentamiento global.
A pesar del pesimismo que destilan estas frases, lo cierto es que se trata de una realidad con la que convivimos. Las infraestructuras de transporte juegan un papel crucial en el funcionamiento de la sociedad moderna, pero también tiene un impacto significativo en el medio ambiente. ¿Dónde está realmente el punto de equilibrio?
Volviendo a la pregunta inicial, también es difícil determinar qué tipo de infraestructura de transporte es «peor» o “mejor” para el medio ambiente, ya que depende de muchos factores, como ya hemos visto. Aquí hay algunas observaciones generales y muy someras sobre el impacto ambiental de diferentes tipos de infraestructura de transporte:
1. Carreteras: la construcción y el mantenimiento de carreteras pueden provocar la pérdida de hábitats de vida silvestre y la fragmentación de los ecosistemas, así como la erosión del suelo y la contaminación del agua. La operación de vehículos en las carreteras también contribuye a la contaminación del aire y las emisiones de gases de efecto invernadero.
2. Aeropuertos: la construcción y expansión de aeropuertos puede resultar en la destrucción de hábitats de vida silvestre y la pérdida de biodiversidad. Además, las emisiones de los aviones en sus operaciones en tierra tienen un impacto en su entorno.
3. Puertos: Las operaciones portuarias, incluido el transporte marítimo y el manejo de la carga, pueden provocar la descarga de contaminantes en las vías fluviales, como aceite, grasa y productos químicos, que pueden tener un impacto negativo en los ecosistemas marinos. La construcción y ampliación de puertos y terminales también puede resultar en la destrucción de manglares y humedales, que proporcionan hábitats importantes para muchas especies de peces, aves y otros animales salvajes.
4. Ferrocarriles: La construcción de líneas ferroviarias también puede resultar en la fragmentación de los hábitats de vida silvestre y la pérdida de biodiversidad. Sin embargo, el transporte ferroviario generalmente se considera menos dañino para el medio ambiente que el transporte por carretera y aéreo, ya que emite menos gases de efecto invernadero y contaminantes atmosféricos por pasajero y milla en comparación con los automóviles y los aviones.
El caso del ferrocarril es interesante. A priori es el más “amigable” con el medio ambiente si medimos exclusivamente el impacto generado por las emisiones ligadas a su operación. Pero si analizamos el ciclo completo, nos damos cuenta de que las vías son una barrera que fragmenta los hábitats, o que la energía que consume puede necesitar la construcción de pantanos (con el impacto que supone) y centrales de distribución eléctrica, sin contar, por supuesto, con los millones de metros cuadrados ocupados por vías (metros lineales que fragmentan los hábitats), estaciones y plataformas, o el impacto generado por la extracción y manipulación de las materias primas necesarias.
Desde hace una década más o menos, diversos colectivos y organizaciones han optado por criminalizar de forma preferente el transporte aéreo. Es cierto que tiene un impacto negativo en el entorno, como cualquier otro medio de transporte, aunque no es, ni de lejos, el más contaminante. Además, gracias a que son infraestructuras y operaciones que gozan de un control muy regulado, es mucho más fácil actuar en ellos para reducir su impacto.
No en vano existe un compromiso colectivo para reducir drásticamente las emisiones y, como en pocos colectivos, existen planes de trabajo muy estrictos y bien asumidos para llegar a ello. Gestores aeroportuarios, operadores, empresas de handling, compañías aéreas, ingenierías, etc. están alineados para este fin como en ningún otro sector.
En base a un acuerdo global sobre la descarbonización asumido en la 41ª Asamblea de la OACI en Montreal, los gobiernos de más de 190 países han acogido el objetivo de llegar a las cero emisiones en el año 2050. Se trata de un plan a largo plazo para reducir las emisiones de carbono de los vuelos y la actividad aeroportuaria. Las cinco principales asociaciones de la aviación europea, el Consejo Internacional de Aeropuertos de Europa (ACI Europe), Aerolíneas para Europa (A4E), la Organización de Servicios de Navegación Aérea Civil (CANSO), la Asociación de Aerolíneas de las Regiones Europeas (ERA) y Asociación de Industrias Aeroespaciales y de Defensa de Europa (ASD Europa), agrupadas en la iniciativa Destination 2050, expresaron su pleno apoyo y compromiso con este acuerdo.
Esta iniciativa prevé que todos los vuelos dentro y con salida de la UE, el Reino Unido y la Asociación Europea de Libre Comercio, AELC, lleguen a las cero emisiones netas de CO2 para 2050.
En lo que se refiere al entorno aeroportuario, lo más relevante es que ya son más de 500 los aeropuertos que se han adherido a la Airport Carbon Acreditation. De hecho, los aeropuertos son posiblemente el entorno más visible por parte de los ciudadanos en relación con el impacto generado por el transporte aéreo. Ya son constatables en la mayoría de ellos las medidas que se están aportando:
1. Eficiencia energética: Los aeropuertos están reduciendo el consumo de energía mediante el uso de sistemas de iluminación y calefacción/refrigeración eficientes desde el punto de vista energético, así como por la implementación de estrategias de ahorro de energía en sus operaciones.
2. Energía renovable: los aeropuertos están incorporando fuentes de energía renovable, como la solar, la eólica y la geotérmica, en su combinación energética para reducir su huella de carbono y la dependencia de los combustibles fósiles. Algunos de ellos son ya 100% autónomos en este sentido.
3. Transporte sostenible: hay aeropuertos que promueven específicamente las opciones de transporte sostenible, como el transporte público, el uso compartido de automóviles y bicicletas, para reducir la cantidad de vehículos en las carreteras y las emisiones del transporte.
4. Gestión sostenible de residuos: los aeropuertos están implementando prácticas de gestión sostenible de residuos, como el reciclaje y el compostaje, para reducir los residuos y la emisión de gases de efecto invernadero de los vertederos.
5. Conservación de agua: muchos aeropuertos ya tienen un uso muy razonable del agua el uso de sistemas de riego eficientes y la recolección de agua de lluvia, y reduciendo el uso de agua en sus operaciones.
6. Protección de la biodiversidad: es más complejo debido a que la mayoría de los aeropuertos están emplazados en el mismo lugar desde el siglo pasado, pero muchos optan por proteger la biodiversidad preservando y restaurando los hábitats de vida silvestre e incorporando espacios verdes, como techos verdes y jardines, en su infraestructura.
7. Compromiso de las partes interesadas: los aeropuertos están llegando a compromisos con las partes interesadas, incluidas las aerolíneas, los pasajeros, las comunidades locales y las organizaciones ambientales, para generar conciencia sobre los problemas ambientales y fomentar prácticas sostenibles.
Si volvemos una vez más a la pregunta inicial sobre qué transporte es el que más contamina, seguirá siendo el transporte por carretera. Pero también seguiremos teniendo la certeza de que todos ellos lo hacen de una manera u otra a la vez que, simultáneamente, suponen un beneficio social de mayor o menor entidad. La búsqueda del equilibrio y la mirada puesta en el mundo que deseamos dejar a nuestros hijos son, en realidad, lo que nos debe guiar.