Recientemente se celebró en Sevilla (España) una jornada denominada “Arquitectura e Ingeniería Aeroespacial”, donde se expuso la cada vez más intensa y colaborativa relación entre dos profesiones que, aparentemente, pudieran parecer inconexas y hay quien diría que hasta antagónicas, como son la ingeniería y la arquitectura. Nada más lejos de la realidad, sin embargo, en un entorno laboral cada vez más complejo y necesitado de colaboración y puntos de encuentro. Ambas disciplinas están “condenadas” a interactuar y complementarse no en una relación subordinada, sino de interdependencia y trabajo en paralelo.
Los “arquingenieros” aportan el equilibrio perfecto para diseñar y desarrollar los proyectos teniendo en cuenta simultáneamente a la máquina y al ser humano.
Sin duda alguna, el sector aeroespacial ofrece múltiples ámbitos de desarrollo profesional para distintas disciplinas y una de ellas está reservada también a la labor del arquitecto, que encuentra en este entorno una interesante oportunidad para emprender y desarrollar su creatividad profesional.
Arquitectos e Ingenieros tienen una relación simbiótica en los cada vez mayores espacios comunes que comparten en el ámbito aeroespacial, particularmente en tres conceptos clave: energía, materiales y diseño.
Los dos primeros son áreas de desarrollo vinculadas a la eficiencia y a la sostenibilidad. A día de hoy no se concibe ningún buen proyecto de arquitectura sin un correcto estudio de su eficiencia energética que, entre otras cosas, minimice el consumo eléctrico mediante la implementación de estrategias pasivas de ahorro energético: orientación, aislamiento térmico, iluminación natural y aprovechamiento de energías renovables. Junto a esto, el conocimiento y empleo de materiales y sistemas constructivos que contribuyan a lo anterior derivan en una importante mejora en costes, durabilidad y confort.
¿Cuántos millones de euros suponen una correcta climatización, aislamiento, aprovechamiento de la luz solar en un lugar de trabajo, empleo de materiales de calidad y autóctonos y el rendimiento de trabajadores en un lugar confortable y bien estructurado? Llevando estos conceptos al mundo aeronáutico en lo que se refiere a complejos aeroportuarios, hangares o grandes áreas de fabricación, producción, líneas de montaje, etc. el impacto en el ahorro de costes y la mejora de la productividad marcará sin duda la diferencia y dará un impulso en lo referente a calidad y competitividad entre empresas.
El tercer punto de esta simbiosis colaborativa es el diseño, siempre vinculado a la producción como primer objetivo. El arquitecto en el sector aeroespacial tiene ante sí el reto de resolver espacios para solucionar los diversos problemas que se le plantean, tales como circulación y movilidad de personas y mercancías, organización de líneas de producción y ensamblaje, desplazamientos, centralización de servicios y gestión de necesidades industriales.
Hablamos de máquinas, pero también de personas, y muchas; de ahí que la colaboración con los ingenieros especializados deba ser tan intensa y fluida que se ha llegado a acuñar un nuevo vocablo que bien pudiera definir esta nueva relación de profesionales: los “Arquingenieros” definidos como todos aquellos técnicos, agentes y proyectistas capaces de unir conocimientos y disciplinas con el fin de materializar, en este caso cualquier proyecto aeroespacial, que pueda transitar desde el desarrollo y ejecución de pequeños hangares o edificios de servicios hasta una verdadera ciudad para la producción de aeronaves o los grandes complejos aeroportuarios del mundo.
Durante el desarrollo de la mencionada conferencia, los arquitectos Bruce S. Fairbanks (Fairbanks Arquitectos), Alejandro Martín (AERTEC Solutions) y el ingeniero aeronáutico Fernando Castellón (Luis Vidal y Asociados) aportaron, su experiencia profesional dentro del sector aeroespacial, lo que confirma una vez más esa necesidad de colaboración entre disciplinas.
De sus respectivas disertaciones, se extrae que la edificación aeronáutica tiene que responder a importantes requisitos funcionales, pero a su vez se requieren intervenciones singulares y con capacidad para distinguir cada obra. Un ejemplo de ello lo podemos ver en las nuevas torres de control de los aeropuertos que se han convertido en elementos icónicos, pero sin dejar de lado la complejidad funcional que deben atender y el servicio para el que son destinadas.
Los propios aeropuertos están sometidos continuamente a cambios y nuevas necesidades, por lo que se requiere que tengan una gran capacidad de adaptación a las nuevas funciones y servicios que se les demanda. El uso comercial dentro de dichas instalaciones supera ya el 50% del beneficio de un aeropuerto y es una demanda que deber ser atendida e integrada en estas instalaciones, lo que lo convierte en un nuevo reto para el diseño de estos. De igual manera la seguridad o la gestión de equipaje suponen un submundo en las terminales que, sin la asesoría y participación de ingenieros y especialistas, sería tremendamente complejo de resolver.
Este continuo cambio y proceso de adaptación, se contrapone con la rigidez de ciertos edificios y sus diseños preconcebidos, problemas a los que el arquitecto debe dar una adecuada respuesta de presente y futuro.
El avance tecnológico es veloz y abarca todos los ámbitos de la actividad humana, más aún en el sector aeroespacial donde es clave para su desarrollo. Es por esto que la participación de las tecnologías es algo ya irrenunciable. De esta fusión constante entre máquina y hombre se podría decir que deriva lo propio entre disciplinas puramente ingenieriles y los arquitectos que, además de técnicos, tienen una visión más humanista poniendo a las personas como centro y objeto principal de su intervención. Sin duda alguna, la arquitectura tiene mucho que aportar al sector aeronáutico que se expande incluso más allá de nuestro propio planeta y al que el futuro depara todo un universo por descubrir.