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Tras las estelas de los aviones

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Manuel Castellanos

AERTEC / Aerospace Industry

 

Las estelas de avión son muy habituales en nuestros cielos. Se trata de áreas de condensación generadas en los vórtices de las alas y motores de las aeronaves, que precipitan una corriente de cristales de hielo en forma de flujo. Estas estelas, que no ocasionan polución, se conocen como Contrails, también como “estelas de condensación” o “de vapor”, y se producen cuando hay una presión muy baja a gran altitud y con unas determinadas condiciones de humedad.

La aparición de “estelas” tras los aviones tiene varias posibles causas, algunas de ellas naturales e inocuas y otras que son más cuestionables.

Por otro lado, en las exhibiciones aéreas y desfiles aparecen “estelas de humo coloreado” tras los aviones protagonistas, que se forman gracias a la expulsión en vuelo desde la misma aeronave de colorantes no agresivos.

Otro tipo de estelas se vieron, por ejemplo, en octubre de 2012 cuando un Airbus A340 de Iberia tuvo que desprenderse de más de 100.000 litros de combustible (Jet A1) para poder aterrizar de urgencia en el Aeropuerto de Barajas, creando a su paso una “estela de queroseno”. Este aparato había despegado, con 140.000 litros de fuel, hacia Quito dos horas antes pero tuvo que regresar por una incidencia en uno de sus motores. Los vuelos de largo alcance despegan con el máximo de combustible para poder llegar al destino sin repostar. Sin embargo, el máximo peso para despegar MTOW (Maximum Take-Off Weight) siempre es considerablemente mayor que el máximo peso para aterrizar MLW (Maximum Landing Weight), por lo que el avión necesitó aligerar peso para aterrizar sin riesgo de sufrir daños estructurales. Esto, se conoce como “Operación Jettison” o “Fuel Dumping”.

Lógicamente, se trata de un protocolo de seguridad diseñado para este tipo de emergencias que consta de una estricta serie de pautas para garantizar la seguridad del tráfico aéreo y de la población, como es el hacerlo sobre zonas despobladas, previamente acotadas y a cierta distancia de otras aeronaves, entre otras. Prevalece, por el peligro inmediato de todas las personas que están a bordo, la seguridad de estas antes que el perjuicio medioambiental que supone el derrame de miles de litros de queroseno por los aires creando unas “estelas de fuel” en su recorrido. Hasta aquí, a pesar de no conocer con exactitud las consecuencias medioambientales reales de esos vertidos de fuel, llegamos a comprender la absoluta prioridad por la seguridad de vidas humanas.

El hecho de que existan este tipo de prácticas facilita también que se puedan camuflar otras operaciones de vertidos en vuelo, ya que la aparición de “estelas” tras los aviones tiene ya varias posibles causas. Hoy día existe una gran polémica y controversia al respecto.

En 1986, se aprobó el R. D. 849/1986 Reglamento de Dominio Público Hidráulico (Capítulo Primero, Artículo 3), perteneciente al Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, donde se regulan prácticas para la modificación artificial de la fase atmosférica del ciclo hidrológico, es decir, donde se reconoce la posibilidad y capacidad legal de alterar de forma antinatural las lluvias, y por tanto también el clima. Estas operaciones aéreas se conoce como “siembra de nubes” y la ejecutan aviones que dejan otro tipo de estelas a su paso, en esta ocasión Chemtrails o “estelas químicas”, formadas por sulfuros, yoduros y otros compuestos dañinos para la salud y el medioambiente. Estas técnicas se han llegado a relacionar con el programa HAARP (High Frequency Active Auroral Research Program) del ejército estadounidense y se conoce que se usaron métodos similares en la II Guerra Mundial y en la Guerra de Vietnam.

No resulta nada fácil abordar este asunto. Aunque lo que sí queda claro es que se hace uso de prácticas de geoingeniería para, según los organismos oficiales, la gestión de la radiación solar y la reducción del dióxido de carbono, entre algunas otras intenciones, con el objetivo de paliar el problema sobre el cambio climático. El debate aparece cuando se ignora la complejidad de los sistemas naturales y no se tienen en cuenta los graves daños colaterales que puede generar la manipulación deliberada de la naturaleza. Diversas denuncias contra la práctica de este tipo de operaciones aseguran que es mucho más peligrosa, perjudicial, incluso “ocultista” de lo que parece, acusando a estos procedimientos como partes causantes, precisamente, del cambio climático, sequía, contaminación, y estar basadas en otros intereses más “reservados”.

En la actualidad, tenemos la absoluta responsabilidad y disponemos de los conocimientos, la tecnología y los medios suficientes para estudiar y analizar nuestro compromiso con la sostenibilidad de nuestro planeta, así como para replantearnos leyes, discutibles como poco, con más de 30 años de antigüedad, con miras a mejorar verdaderamente el medio ambiente y nuestra propia calidad de vida, o al menos, no deteriorarlos más.

 

 

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