Ser pionero no es fácil. Hay que tener un conocimiento profundo sobre el área en la que quieres innovar, una buena cuota de imaginación e inventiva, autocrítica, ciertos recursos y, sobre todo, una dosis más que aceptable de arrojo. Hoy en día, en un mundo industrializado y bajo el auspicio de grandes empresas, todo esto puede minimizarse al compartir conocimiento y riesgos con otros muchos compañeros de corporación. Pero hace un tiempo, ser pionero en el ámbito aeronáutico era una aventura de riesgo extremo que se podía pagar con la propia vida. Sobre todo, porque nadie se fiaba de ti lo suficiente como para probar en tu lugar un ingenio volador que nunca antes había sido utilizado.
Se ha perdido el romanticismo de aquellos que querían volar cuando todos les decían que estaban locos, pero no se ha pedido ni un gramo de las agallas necesarias.
Ya en la antigua Grecia hubo algunos estudiosos que, como Arquitas de Tarento, propusieron sencillos artilugios voladores que nunca dejaron de ser más que ideas. En aquella época también se inventó y utilizó la cometa en China, aunque no existe constancia sobre si hubo algún valiente que experimentara subiéndose a alguna de ellas.
En el contexto de la aeronáutica, el primero que históricamente puede ser considerado pionero fue Abbás Ibn Firnás. Este apasionado andalusí del siglo IX, nacido en Ronda (Málaga, España) fue la primera persona que diseñó, construyó y probó artefactos voladores.
La primera tentativa fue en el año 852, en el que saltó al vacío desde la torre de la Mezquita de Córdoba utilizando una lona a modo de innovador paracaídas. Nunca antes se había intentado algo así. O, al menos, nadie pudo contarlo hasta aquella fecha. El resultado fue un descenso relativamente rápido, con un aterrizaje tosco y varios huesos rotos, pero con la firme convicción de que aquello podía funcionar.
De hecho, él mismo diseño en 875 un planeador a base de madera y tela con el que se lanzó desde unas colinas cercanas a Córdoba (España). A pesar de un aterrizaje accidentado, no solo sobrevivió, sino que se convirtió durante varios minutos en el primer hombre que volaba con un artefacto más pesado que el aire.
Unos 200 años después, un monje benedictino británico llamado Eilmer de Malmesbury también tuvo las suficientes agallas como para lanzarse desde una torre de su abadía subido en un aparato que se inspiraba en la mitología de Ícaro. El resultado fue lamentable, aunque pudo volar unos cuantos segundos.
Años más tarde, ya en el siglo XV, Leonardo da Vinci fue el primer gran teórico de la aeronáutica. Sobre el papel diseñó y argumentó diversas soluciones que podrían hacer que el hombre volara. La mayoría de sus ingenios no podrían apenas levantarse del suelo en la práctica, pero los detallados estudios que llevó a cabo son los más amplios realizados en los albores de la aeronáutica.
También fueron pioneros los hermanos Montgolfier, Joseph-Michel y Jaques-Étienne, quienes en el siglo XVIII desarrollaron uno de los inventos que más repercusión tuvo en el desarrollo aeronáutico posterior: el globo aerostático. Para ser honestos, hay que decir que no fueron precisamente ellos quienes se subieron para probarlo. Primero lo hicieron diversos animales de granja y finalmente dos intrépidos nobles cercanos a la corte francesa (Pilâtre de Rozier y el marqués de d’Arlandes).
A partir de ahí, son cientos de pioneros los que han ido aportando innovaciones e inventos que han contribuido al avance del vuelo comprometiendo sus bienes y su vida en muchos de los casos. Cayley, Le Bris, Wenham, Lilienthal, Ader, Langley, Pilcher, Whitehead, Zeppelin, Torres Quevedo, Santos Dumont, Wright, Forlanini, de la Cierva, Comu, Fabre, Voisin… una lista interminable de nombres que quedarán para siempre en la historia de la aeronáutica.
Hoy en día, en un entorno vastamente industrializado y con una gran competitividad empresarial, es difícil que el mundo de la aeronáutica vuelva a tener pioneros como aquellos. Levantaron el vuelo una vez sin saber cuál sería el resultado de su osadía. Ahora todo está mucho más parametrizado, medido y controlado. Hay grandes equipos de personas que comparten responsabilidades diversas para que la innovación llegue a buen término minimizando los riesgos.
Sí, actualmente parece que casi todo está inventado, pero si por pionero entendemos una persona que se lanza hacia un terreno que le es desconocido, el espacio es posiblemente el destino perfecto.
Los nombres de los pioneros aeroespaciales de hoy día suelen estar detrás de una mesa de despacho. No suelen subirse a los ingenios que inventan. Controlan grandes negocios a la vez que un apasionado deseo por innovar y explorar, donde invierten parte de sus enormes fortunas. Algunos de ellos incluso están modificando el negocio aeroespacial globalmente. Hablamos de Elon Musk, Greg Wyler, Jeff Bezos, Richard Branson, Chris Lewicki, López Urdiales, Rick Tumlinson, Robert Bigelow… cuyas consecuciones son oportunamente relatadas por enormes departamentos de comunicación y magnificadas por las redes sociales.
Se ha perdido el romanticismo de aquellos que querían volar cuando todos les decían que estaban locos. Pero no se ha pedido ni un gramo de las agallas que son necesarias para ir más allá de lo conocido y comprometer la seguridad que otorga mantener los pies en la tierra.
En realidad, si no fuera por ellos la humanidad no estaría donde está. Ni siquiera habríamos volado. Bienvenidos sean los pioneros.