Desde hace unos años, la industria aeronáutica ha centrado sus esfuerzos en incrementar la eficiencia de las aeronaves trabajando en diferentes frentes, tales como la mejora de rendimiento de los motores, disminución del peso de las aeronaves mediante el uso de nuevos materiales, optimización de la aerodinámica, etc.
Podríamos estar ante un proyecto que abra las puertas a un «futuro limpio» en la era de la aeronáutica.
Sin embargo, a tenor de las inquietudes actuales, todo esto parece que es insuficiente. Y de hecho lo es. La meta que se persigue, aunque todavía a muy largo plazo, es que los aviones no dependan, como lo hacen ahora, de los combustibles fósiles. Es por ello que, a pesar del escepticismo de muchos, iniciativas como la del proyecto suizo Solar Impulse, son una bocanada de aire fresco en el sector aeronáutico.
A finales del pasado mes de julio, el avión Solar Impulse II completó exitosamente su vuelta al mundo. Había partido 505 días antes desde Abu Dabi cubriendo 40.000 km en 17 etapas, pasando por Omán, India, Myanmar, China, Japón, Estados Unidos, España (Sevilla ha sido su única parada en Europa) y Egipto. El éxito final de la aventura no quita para que hayan ocurrido algunos contratiempos tales como averías, daños en las baterías durante las travesías e incluso una ola de calor que hicieron que el viaje se haya prolongado más de lo inicialmente previsto.
El Solar Impulse es un proyecto que nació en 2005 en Suiza a manos de los dos Pilotos Bertrand Piccard y André Borschberg, con la idea de crear un avión con una autonomía casi ilimitada usando energías renovables, en concreto la energía solar fotovoltaica y sin necesidad del uso del combustible fósil.
La aeronave tiene una envergadura de 72 metros y una longitud de 22 metros, con un peso de 2,30 toneladas. Es capaz de alcanzar una velocidad de 70 nudos (la velocidad media de la travesía ha sido de entre 45 y 55 kilómetros por hora) y una altitud máxima de 8.500 metros.
La idea principal ha sido la de poder volar durante todo el día propulsado por la energía generada a partir de 17.000 células solares fotovoltaicas que están colocadas sobre sus alas. El excedente energético propicia a su vez la carga de sus baterías para cuando no pueda captar luz solar. No necesita repostar energía diferente a la solar, lo que le permite continuar volando durante toda la noche. Todavía quedan por depurar algunos aspectos de su diseño y especificaciones para que no sea tan sensible a las condiciones meteorológicas. Uno de los problemas que tiene, por ejemplo, es que cuanto más calor hace, la aeronave precisa incrementar su potencia para mantenerse en el aire y avanzar.
Podríamos estar ante un proyecto que abra las puertas a un «futuro limpio» en la era de la aeronáutica, tal y como comentó el propio Borschberg en una entrevista para el periódico El Mundo.
Actualmente, ambos pilotos están completamente involucrados en el Comité Internacional de las Tecnologías Limpias, una ONG que han creado con el objetivo de mostrar al mundo el daño que estamos infringiendo al planeta en el que vivimos. Para ello buscan reunir a los principales stakeholders internacionales en el campo de las energías renovables con el fin de ayudar, asesorar y concienciar a los gobiernos en las políticas energéticas.
Todavía queda mucho tiempo para que podamos ver aeronaves comerciales transportando pasajeros o mercancías usando como combustible la energía solar. Pero de lo que no cabe la menor duda es que este ha sido un paso muy importante tanto en lo que se refiere al esfuerzo tecnológico para su consecución como lo que supone de concienciación para todos los que compartimos este planeta.