Teniendo en cuenta que la siniestralidad en las aerolíneas comerciales marcó un mínimo histórico en 2015, es comprensible que el sector de la aviación se muestre algo complaciente. Y, sin embargo, nos encontramos ante una situación paradójica. A menudo, un reducido número de accidentes puede tener una influencia negativa en nuestra opinión sobre la seguridad, ya que crea una exagerada sensación de seguridad.
En la actualidad, el sector de la aviación evoluciona mucho más rápidamente que la normativa sobre seguridad.
A pesar de todo su glamour, la aviación es en realidad un negocio tremendamente competitivo, que busca constantemente formas de reducir costes; algo perfectamente aceptable siempre que el sector no extraiga conclusiones equivocadas de las recientes cifras de seguridad. Las estadísticas publicadas en los grandes titulares son bien conocidas, mientras que son pocos los que están al corriente de los numerosos incidentes que, por una u otra razón, no llegan a convertirse en accidentes y, por tanto, no llegan a la luz pública.
La aviación ha aprendido muchas lecciones de los accidentes e incidentes de los últimos 100 años aproximadamente. El resultado ha sido un profundo conocimiento de la física y la dinámica, así como de los riesgos asociados a volar. Si a esto añadimos la combinación de la constante mejora de la tecnología y de la formación y el alto nivel de supervisión reglamentaria, el resultado es un medio de transporte increíblemente seguro. Teniendo en cuenta que se espera un incremento significativo del transporte aéreo en la próxima década, el mantenimiento del actual nivel de seguridad en aviación constituirá un reto aún mayor.
Por consiguiente, los organismos reguladores de todo el mundo hacen más hincapié en los resultados de seguridad de una organización, en lugar de limitarse a verificar que los procedimientos cumplen la normativa. La dificultad consiste en garantizar que los datos de rendimiento son precisos y que realmente ofrecen una visión fiel de la organización auditada. Esto, evidentemente, requiere muchos recursos en un tiempo de recortes en los presupuestos de los organismos reguladores. La actual fijación por la reducción de costes (disfrazada de eficiencia) está dejando a los organismos reguladores sin herramientas con las que intervenir. En Europa este problema se ve exacerbado porque los reguladores nacionales aún están intentando encontrar el equilibrio adecuado para hacer frente a las consecuencias de la creación de la Agencia Europea de Seguridad Aérea (AESA) y de la legislación comunitaria.
En la actualidad, el sector de la aviación evoluciona mucho más rápidamente que la normativa. Y, como consecuencia de ello, es fundamental garantizar que la reglamentación y la supervisión siguen estando adaptadas a su propósito, ya que, de lo contrario, los organismos reguladores se encontrarían aplicando filosofías de inspección obsoletas. Esto podría reducir los niveles de seguridad en ingeniería y mantenimiento, puesto que las aerolíneas están constantemente buscando el contrato más barato, lo que obliga a las organizaciones a cargo del mantenimiento a cumplir con un precio predeterminado en lugar de con un nivel de servicio predeterminado.
Las recientes estadísticas servirán de estímulo para las aerolíneas. Sin embargo, para los ingenieros titulados que realizan el mantenimiento de las aeronaves, esto sin duda se manifestará como una falta de consistencia en el compromiso de las aerolíneas para hacer realmente lo que se espera de ellas en el ámbito de la seguridad, sobre todo si esto implica un coste.
El reto será conseguir que las aerolíneas no se olviden de lo importante. A pesar de todas las mejoras en seguridad logradas durante el último siglo, el mínimo error aún puede tener consecuencias catastróficas. Por consiguiente, el reto de la aviación será seguir mejorando su cultura de seguridad con el objetivo de eliminar los accidentes y reducir el número de incidentes. Después de todo, volar es bueno para el negocio.