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La sostenibilidad en los aeropuertos

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Antonio Rodríguez-Laiz

AERTEC / Marketing & Communication

 

Es bastante común confundir el término sostenibilidad -o sustentabilidad- con todo aquello que tenga un color parecido al «verde». Sin embargo, no guardan una relación directa, en contra de lo que algunos defienden. Si nos ceñimos a la definición más común del término, la sostenibilidad es una cualidad del desarrollo que asegura las necesidades del presente sin poner en riesgo los recursos para las futuras generaciones.

Los equipos multidisciplinares de profesionales, con una visión objetiva, son quienes aportan el equilibrio adecuado para la sostenibilidad de un proyecto.

En esencia, la sostenibilidad es una forma comprometida de pensamiento. Significa una responsabilidad asumida por la propia persona, por el empresario, por el trabajador, por la entidad o por el colectivo, para crear bienestar actual y futuro gestionando adecuadamente todos los bienes disponibles. Diezmar un recurso, sea el que sea, nunca es una buena idea.

Y esto es totalmente aplicable a los aeropuertos.

Un aeródromo suele extenderse a lo largo de varios cientos de hectáreas, dar trabajo a varios miles de personas, ofrecer servicio a varios centenares de miles de pasajeros y dar cobijo a unos cientos de autónomos y empresas de todo tipo. Son motores de riqueza y desarrollo para cualquier región donde se ubiquen.

En el lado opuesto están algunas externalidades generadas, que incluyen a las afecciones acústicas, contaminación originada por los aviones y vehículos, construcción de edificaciones, generación de tráfico e incluso, si llegamos al extremo, la modificación geomorfológica del emplazamiento y su entorno.

En la vida, la sensatez suele estar protagonizada por el equilibrio. Y es precisamente esa cualidad la que debe presidir cualquier decisión que se tome en el desarrollo de un proyecto aeroportuario, pero poniendo en la balanza todos los elementos del debate, no solo los que interesan a una u otra parte. En esa misma línea, imponer criterios tampoco suele ser una buena idea.

Desde que nace la idea de crear o ampliar un aeropuerto hasta en el desarrollo de la gestión diaria, ya en pleno funcionamiento, es imperativo disponer de una estrategia de sostenibilidad. En todas y cada una de las actuaciones, desde la más ingente hasta la más insignificante, hay que sopesar ese ansiado equilibrio entre los beneficios que aporta y los impactos negativos que genera. Y no solo eso, hay que prever cómo evolucionarán y como interactuarán esos impactos con el tiempo.

Hay tres dimensiones que debemos contemplar al abordar una estrategia de sostenibilidad: la dimensión económica, la dimensión social y la dimensión ambiental. ¿Cuál es más importante? Las tres.

Hay una cuarta dimensión que suele distorsionar el equilibrio entre las anteriores: la política. En este grupo se incluyen tanto los afectos de la oligarquía como los intereses de los «mercados» (léase poderes financieros) o los apegos de los antisistema. Todos ellos suelen estar muy lejos de los equilibrios y muy cercanos a los propios intereses.

Hacía tiempo que no había tantos grandes proyectos aeroportuarios en desarrollo simultáneamente. Estambul, México, Beijing, Tokio, Singapur, Jeddah, Río de Janeiro o Dubai son ejemplos de macroproyectos que están obligados a ser consecuentes con un desarrollo sostenible. Lamentablemente no cumplirán con los mismos criterios, pues cada uno de los países en los que se desarrollan tienen diferentes perspectivas (y permisividad) sobre el significado del término sostenibilidad. Las metas son diferentes en cada caso.

Precisamente por ello tiene especial valor contar con la opinión cualificada de equipos multidisciplinares de profesionales que, con conocimiento y experiencia, pueden aportar objetividad en el debate sobre la sostenibilidad de cada una de las acciones contempladas en un proyecto. Y esa ecuanimidad es la que puede garantizar que el equilibrio esté siempre presente.

A fin de cuentas se trata de ser, como dijimos al inicio, honestos con las generaciones futuras.

Y por supuesto, si escucha a un político mencionar el término «desarrollo sostenible», salga corriendo pues, a buen seguro, nada tendrá que ver con lo que hemos hablado en este post.

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