La contaminación del aire, del agua, los ruidos, los atascos, la pérdida de biodiversidad, la expropiación de tierras… Para los que se oponen al desarrollo aeroportuario, fieros activistas, no faltan argumentos. Los aeropuertos generan muchas externalidades negativas a la sociedad. En economía, las externalidades son costes o beneficios que afectan a un tercero que no está involucrado en la transacción económica. Los aeropuertos generan algunas externalidades negativas.
Pero también generan muchas positivas. Los aeropuertos estimulan las economías regionales y nacionales. Los aeropuertos proporcionan acceso a mercados lejanos. Atraen visitantes, lo cual fomenta la industria del turismo. Son un factor primordial en la toma de decisión sobre la ubicación de un negocio. Ofrecen una competitividad vital para las industrias innovadoras. A menudo son el único medio de transporte hacia áreas remotas, prestando servicios médicos o dando a conocer las diferencias culturales. Los aeropuertos promueven el comercio, conectan naciones, los aeropuertos acercan a las personas.
Los gobiernos deberían ser conscientes de que el valor real de un aeropuerto va más allá de los libros contables.
Dado el impacto que tiene un aeropuerto en la comunidad, ¿podemos privatizarlo como si fuese una humilde zapatería?
La cuenta de resultados de un aeropuerto no incluye ninguna de estas externalidades. El impacto que tiene un aeropuerto en la región no se puede cuantificar en dólares, euros o yuanes. Es por esto que el debate sobre la privatización de los aeropuertos está a menudo mal enfocado.
Sí, los aeropuertos pueden ser rentables dentro del recinto aeroportuario, pero también generan dinero –y facturas– más allá de sus límites. Las políticas regulatorias de los gobiernos deben asegurar que el inversor privado no sólo tenga en cuenta los beneficios del negocio aeroportuario. Los operadores privados pueden erradicar la ineficiencia, pero también son más propensos a extraer dividendos a costa del futuro desarrollo aeroportuario, y por lo tanto, del desarrollo de la región.
No me malinterpreten, creo firmemente en la privatización de los aeropuertos. Aporta eficiencia al sector y conciencia de la competencia. Sin embargo, no podemos esperar que el sector privado piense desinteresadamente en el desarrollo a largo plazo de la región. Si un aeropuerto va a ser 100% privatizado, es obligatorio contar con un organismo regulatorio fuerte e independiente.
Los precios, el cumplimiento de las normas de seguridad, los niveles de calidad de servicio, los programas de reducción de ruidos, los planes de contingencia operativa, los planes de emergencia, los planes de inversión y otros, deben estar regulados y controlados de manera estricta por un organismo independiente. El organismo regulador también debe tener el poder de imponer penalizaciones cuando haya incumplimientos. Incluso si fuera necesario, debería ser capaz de retirar la licencia al operador.
La privatización de los aeropuertos se ha convertido en un fenómeno mundial. Los gobiernos de Europa, Asia, Australia, Latinoamérica y el Caribe están vendiendo sus activos públicos. Algunos buscan resolver con rapidez el problema de las arcas vacías del tesoro. Los gobiernos deberían ser conscientes de que el valor real de un aeropuerto va más allá de los libros contables. Antes de vender, se debe establecer un marco regulatorio sólido. Si no se hace, poco importa cuánto dinero obtengan el día de la subasta, es probable que se arrepientan años más tarde.