La privatización de los aeropuertos sigue siendo un debate abierto. En los últimos 30 años el transporte aéreo ha cambiado el mundo. Los aeropuertos se han convertido en la puerta de entrada para millones de personas. Debido a esto, los aeropuertos también se han convertido en muchos casos en inversiones muy rentables.
Quienes se oponen a la privatización argumentan que la industria aeroportuaria es un monopolio natural, y por lo tanto debe ser dirigido y controlado por el gobierno para el bien público. No es justo que una entidad privada pueda beneficiarse de una infraestructura que es de dominio público.
Más aún, el cálculo del retorno de la inversión por parte de los inversores privados no tiene en cuenta los ingresos generados por el desarrollo empresarial de una región. Por ejemplo, la construcción de un aeropuerto con dinero público puede crear con el tiempo una próspera industria turística en una región que actualmente está deprimida. Por ello, el problema del inversor privado, es que éste puede extraer los beneficios obtenidos y no reinvertirlos en el futuro desarrollo del aeropuerto – y de la región –
En la privatización de los aeropuertos, la confluencia de los intereses contrapuestos de ambas partes es un verdadero desafío.
Por último, el ruido y otras afecciones ambientales generadas por los aeropuertos deben ser parte del trato. Por ejemplo, muy pocas veces el coste de la contaminación acústica se incluye en la cuenta de resultados de un aeropuerto privado. Con demasiada frecuencia, los políticos recurren a los fondos públicos para cubrir los costes de la contaminación acústica – incluso en los aeropuertos privados –. Éstos los usan para aplacar la ira – y endulzar el voto – de las poblaciones colindantes.
Los defensores de los aeropuertos privados argumentan que la privatización erradica la ineficiencia y se introducen estilos de gestión orientados al cliente. Las empresas estatales son famosas por dotarse de demasiado personal y sobreprotegerlo. El trabajador público, añaden, desconoce las realidades del mercado.
Además, dado que los gobiernos también son conocidos por las construcciones faraónicas a costa del contribuyente, el exceso de capacidad tiende a ser la marca de fábrica de muchos aeropuertos públicos. Por otro lado, el inversor privado se asegura de llevar a cabo solamente aquellos proyectos que sean económicamente viables. Este es así ya que éstos exprimen al máximo la capacidad de la infraestructura antes de añadir cualquier nueva ampliación.
Por último, los defensores de la privatización argumentan también que la titularidad pública no es garantía de la democratización de la industria. Hace 40 años, sólo los ricos y famosos podían darse el lujo de volar en las compañías aéreas estatales del pasado. Sólo cuando vino la desregulación y la privatización en un mercado competitivo los billetes de avión se hicieron asequibles para todos.
La pregunta sigue siendo, ¿qué es mejor para el interés público? ¿Aeropuertos públicos o privados?
Los estudios académicos, que han utilizando ratios financieros complejos y análisis de productividad, no son concluyentes. Depende. También hay muchos tipos de privatización. Desde la contratación de sólo ciertos servicios, tales como los servicios de asistencia en tierra (handling), restaurantes o aparcamientos, hasta la venta de todas las instalaciones del aeropuerto, como en la operación de venta de la British Airport Authority, que tuvo lugar con Margaret Thatcher en 1987. Existen muchos otros pasos intermedios .
Un factor clave es cierto: El valor de la privatización depende de la competencia. Sin competencia, la privatización será en vano. Pero no deberíamos engañarnos. El negocio aeroportuario no es tan monopolista como parece. La competencia en el sector de los aeropuertos va más allá de las fronteras regionales o nacionales. Por ejemplo, los aeropuertos de las zonas costeras en España están compitiendo por los turistas de los aeropuertos en el otro extremo del Mediterráneo. Las líneas aéreas que atienden a los pasajeros que buscan sol y playa operan con los aeropuertos que les ofrecen la mejor propuesta. No les importa si el aeropuerto está en Grecia, Italia o España. Saben que a muchos pasajeros tampoco.
Creo que en muchos casos la solución ideal es una asociación pública/privada. El socio público se asegura de que los intereses a largo plazo de la comunidad son atendidos. El inversor privado garantiza que las operaciones aeroportuarias se ejecutan de manera eficiente y que no habrá dinero público que se despilfarra en la construcción de infraestructuras innecesarias.
La confluencia de los intereses contrapuestos de ambas partes es un verdadero desafío. No voy a decir que la convivencia diaria sea una tarea fácil. Se parece más bien a una montaña rusa salvaje. Ahora bien, montarse en la montaña rusa, si el cinturón de seguridad está bien sujeto, puede ser bastante divertido.