Nadie podía sospechar a inicios de 2020 una pandemia como la que estamos viviendo. En realidad, desde la última guerra mundial no ha habido acontecimiento equiparable por su impacto global en la economía, en la sociedad y, específicamente, en la salud. El sector aeronáutico no ha sido una excepción.
Gran parte del desarrollo económico del último medio siglo ha estado ligado al transporte aéreo. La globalización, inicialmente propiciada por las tecnologías de la información, ha estado secundada brillantemente por un sector que ha facilitado la movilidad de las personas y las mercancías a una escala sin precedentes. Muchos sectores han crecido o han sido más competitivos gracias al avance de la aviación.
Gran parte de los avances de la sociedad del siglo XXI han estado propiciados por el avance del transporte aéreo, uno de los sectores más afectados por la pandemia del coronavirus.
Como paradoja, la crisis del COVID19 ha tenido como gran aliada, precisamente, a la movilidad de las personas. Uno de los atributos de este coronavirus es su enorme facilidad de contagio, por lo que la sociedad globalizada del año 2020 es un caldo de cultivo óptimo. A partir de ahora sabemos que la amenaza estará siempre presente y habrá que aprender a anticiparse. Es la primera lección aprendida.
El confinamiento parece ser la mejor prevención, como han demostrado los primeros países sacudidos por la pandemia: China y Corea del Sur. Si nos centramos en el sector aeronáutico, el confinamiento y el cierre de fronteras, ha provocado como efecto inmediato que el transporte aéreo se reduzca drásticamente e incluso se paralice. Esto trae como consecuencia que toda la industria se vea afectada en un corto plazo de tiempo.
Según la Asociación Internacional de Transporte Aéreo, IATA, el sector de las aerolíneas mantenía a inicios de 2020 una tasa de crecimiento anual a largo plazo del 5,5%. En el escenario actual, en el que los gobiernos reducen drásticamente los viajes y las aerolíneas están cancelando vuelos y paralizando su flota, los ingresos por pasajeros se están reduciendo a cero. Esto conlleva una pérdida de flujo operativo para los próximos meses de decenas de millones de euros, a lo que hay que sumar los reembolsos a clientes. Algunos ejecutivos de las líneas aéreas en todo el mundo ya han solicitado apoyo estatal por el desplome del tráfico de pasajeros.
La siguiente consecuencia en la cadena de acontecimientos es que muchas de las compañías aéreas no van a tener capacidad para mantener sus actuales flotas, afectando directamente a las compañías de alquiler o leasing, las cuales suponen actualmente más de un tercio de las aeronaves operativas. En esta misma línea, los operadores que tengan pedidos de aeronaves en curso se apresurarán a negociar con los fabricantes un retraso en las entregas y, en el peor caso, una cancelación.
En el contexto aeroportuario ya estamos viendo terminales vacías. La mayoría de los vuelos internacionales previstos para los próximos días en cualquier parte del mundo están dedicados a la repatriación de residentes a los que la crisis sanitaria ha sorprendido lejos de sus lugares de residencia. Los vuelos domésticos se reducen a mínimos como consecuencia de las restricciones de movilidad decretadas en decenas de países. Para los aeropuertos no solo supone llevar a mínimos su actividad en un plazo inmediato, sino el cierre de sus zonas comerciales, una pausa en la actividad de las empresas de servicios aeroportuarios y la reducción de sus ingresos operativos a prácticamente cero.
Otro eslabón en la cadena de consecuencias corresponde al tejido empresarial auxiliar que se mueve en torno a los aeropuertos, que inevitablemente está compartiendo la misma tendencia.
En relación con la industria de fabricación de aeronaves y su cadena de suministro, hay tres factores que confluyen en este punto: a muy corto plazo, la necesaria adopción de medidas preventivas en las propias fábricas para evitar el contagio del coronavirus. En segundo lugar, la falta de suministro de algunos componentes que son imprescindibles para asegurar la cadena de montaje. Todo ello conllevará una reducción inmediata de la productividad. Y, en tercer lugar, a medio y largo plazo, la crisis de las líneas aéreas, que provocará una disminución e incluso cancelación de sus pedidos de nuevas aeronaves.
Igual que en el caso de los aeropuertos, todo el tejido empresarial ligado a la fabricación aeronáutica se verá igualmente afectado.
Simultáneamente, este mismo sector está siendo un punto de apoyo esencial en la lucha contra el COVID-19. Es fundamental el papel que están jugando los aviones para el envío rápido de suministros, movilidad de equipos médicos o repatriaciones de ciudadanos. Los satélites de comunicaciones permiten mantener las comunicaciones y la banda ancha. Las aeronaves de transporte militar permiten el despliegue inmediato y el apoyo de las unidades militares de emergencia. Son muchas, en definitiva, las áreas en las que la aeronáutica está jugando un papel clave.
Nunca hasta ahora nos hemos enfrentado en el sector aeronáutico a un escenario como este y no debemos andar con paños calientes a la hora de abordar la verdadera magnitud de esta crisis.
En este momento, la prioridad pasa por poner en práctica todas aquellas medidas que permitan limitar el avance de la pandemia. El tiempo que dure la crisis es crítico. La herida es muy profunda, pero es su duración la que determinará la magnitud del daño. Al mismo tiempo, es nuestra responsabilidad que la productividad se mantenga cuanto sea posible, para lo cual será necesario afrontar la modificación de tareas, adaptación de procedimientos, incorporación de nuevos procesos y un análisis pormenorizado de cada una de las áreas de nuestras empresas que se vean afectadas.
El objetivo que debemos priorizar en todo caso es la puesta en marcha de medidas que garanticen la continuidad de las empresas. Primero, porque así contribuimos a reducir la terrible carga social que debe soportar el estado en estas dramáticas circunstancias. Segundo, porque solamente así tendremos posibilidad de mantener una estructura industrial que, una vez superado este periodo de lucha contra el virus, permita producir y mantener puestos de trabajo, generar ingresos fiscales y actuar de tractor de la economía.
Una vez superemos ese primer reto, llegará el momento para analizar el panorama con el que nos encontraremos a continuación.
Para empezar, tendremos ante nosotros a una sociedad traumatizada tras haber vivido un episodio casi bélico, para el que no estaba preparada ni avisada. Millones de puestos de trabajo perdidos y decenas de miles de pequeñas empresas que no podrán retomar su actividad. Gobiernos con una deuda comprometida a medio plazo destinada a reparar el daño causado por la pandemia y con unas arcas maltrechas tras la reciente necesidad de afrontar los peores momentos de la crisis. Y, por supuesto, un entorno productivo muy tocado que tendrá que ir arrancando poco a poco.
El día después no será fácil. Será duro y habrá que asumir muchos sacrificios. Juntos tendremos la obligación de aprender de este acontecimiento para reconstruir el tejido empresarial y hacerlo más sólido y productivo. Estoy convencido de que es posible.
Es momento, eso sí, para plantearnos sensatez, responsabilidad y esfuerzo, tanto para afrontar el momento actual como para iniciar la necesaria recuperación. Pero, sobre todo, es una ocasión como pocas para que estemos todos unidos. Esta puede ser la gran lección de lo que significa la globalización, y tenemos que aprender de ella para abordar los nuevos retos que, como planeta, nos esperan.