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Un error y un magnífico cohete

Antonio Rodríguez-Laiz

Antonio Rodríguez-Laiz

AERTEC / Marketing & Communication

 

A mediados del siglo XX las dos grandes potencias mundiales de aquel momento, Estados Unidos y la Unión Soviética, miraban hacia el cielo con la obsesión de dilucidar quién iba a liderar la carrera espacial. Eran los tiempos de la Guerra Fría. Para ambos era vital demostrar al mundo quién era el más poderoso y avanzado tecnológicamente. Ello era sinónimo de supremacía militar.

Sin embargo, a pesar de disponer de una tecnología menos avanzada, fue la Unión Soviética la que tomó la delantera. Puso en órbita el primer satélite artificial, el Sputnik (1957) y llevó a Yuri Gagarin hasta el espacio exterior (1961) antes que su eterno rival pudiera hacer algo similar. ¿Cómo fue esto posible?

Incluso hoy en día, después de sesenta años, las naves Soyuz que viajan hasta la ISS lo hacen impulsadas por un cohete derivado del R-7.

Como pasa con muchos avances científicos, a veces un error produce un avance mayor que cien aciertos. Y este fue el caso.

A finales de los años cuarenta, Serguéi Korolev (1) estaba a la cabeza del Instituto NII-88, dedicado al diseño de misiles de largo alcance. Sus primeros desarrollos se basaron en el misil V-2 alemán, gran parte de cuya tecnología había pasado a manos de ambas potencias tras la guerra mundial. Con su primer desarrollo propio, denominado R-1 (2), los soviéticos consiguieron resultados similares a los alcanzados previamente por los alemanes. El R-2 consiguió duplicar las prestaciones del modelo anterior llegando hasta los 600 km. El problemático desarrollo del R-3, con un alcance previsto de 3000 km, se canceló al no ser capaces de conseguir un motor suficientemente potente. En su lugar se diseño el R-5, más pequeño pero que incorporaba algunos nuevos conceptos, con un alcance de 1200 km y una carga útil de cerca de 1,4  Tm.

Llegados a ese punto (noviembre de 1953) las más altas autoridades soviéticas decidieron que una de las prioridades estratégicas nacionales era el desarrollo de un misil balístico intercontinental (ICBM). Debería ser capaz de transportar una carga nuclear y hacerla llegar a los EE. UU. desde territorio soviético. Los requerimientos para el transporte de esa bomba debían determinarse por los responsables del desarrollo nuclear de la URSS.

Dicho encargo recayó sobre Andrei Sajarov (3), a quien se le solicitó que especificara la carga nuclear que el nuevo misil debería estar capacitado para transportar. Dicho de otra manera, ¿cuánto iba a pesar una bomba nuclear soviética que aún no existía?

Sajarov no tenía en 1953 una idea clara al respecto. Sus desarrollos de la bomba de fusión seguían dos líneas de trabajo apoyadas en conceptos bien diferentes. Una de ellas se basaba en el diseño “Sloyka”, que consistía en la alternancia de capas de combustible de fusión y de fisión. El otro concepto de desarrollo se denominaba “Teller-Ulam”, una bomba de fusión por etapas. Con el tiempo, el segundo de los modelos se reveló mucho más eficaz al tener una capacidad destructora mucho mayor para un peso muy inferior. Pero eso no lo sabía todavía el eminente científico soviético.

Para no pillarse los dedos, dado que aún estaba en fase de desarrollo, Sajarov optó por inflar el informe que redactó para las autoridades. Tomó los datos suponiendo una bomba según el modelo Sloyka, mucho más pesado (e ineficaz). El resultado fue un requerimiento de carga de 5,5  Tm para el misil.

El tiempo demostró que se trataba de un error, pues finalmente se optó por el proceso Teller-Ulam, que habría requerido cargas equivalentes entre 1 y 3  Tm.

Pero el reto que tenía ante sí Serguéi Korolev era construir un enorme cohete que fuera capaz de portar una carga útil como la que había propuesto Andrei Sajarov. Según sus primeros cálculos, precisaba de un motor con empuje de unas 120 toneladas, algo impensable en aquel momento teniendo en cuenta que el motor evolucionado de la V-2 desplazaba hasta unas 25 toneladas. La solución que se le ocurrió fue la de un misil (cohete) en el que se unirían cinco unidades en una configuración denominada “en paquete” consistente en una etapa central rodeada con cuatro cohetes-aceleradores de forma cónica. Este misil gigante, denominado R-7 (4), medía 34 metros de longitud, pesaba 280 Tm y tenía un diámetro total de 10 metros en su base (3 m en su cuerpo central). Tenía capacidad para transportar hasta 5 Tm a una distancia de 8.800 km.

El R-7 despegó por primera vez en 1957 desde las instalaciones del cosmódromo de Baikonur, en la actual Kazajistán. Era un coloso con una capacidad inmensa que dejaba pequeños a todos los misiles estratégicos o cohetes desarrollados en los Estados Unidos. Korolev había conseguido desarrollar la mayor lanzadera de la historia que, además, ha demostrado tener una eficacia del 97% en sus más de mil setecientos lanzamientos.

El 4 de octubre de 1957, el R-7 puso en órbita el Sputnik 1, el primer satélite artificial. Poco después llevó a la perra Laika al espacio y, a continuación, convirtió a Yuri Gagarin en el primer astronauta de la historia.

Incluso hoy en día, después de sesenta años, las naves Soyuz que viajan hasta la ISS (Estación Espacial Internacional) lo hacen impulsadas por un cohete derivado del R-7. Como misil resultó ser un fiasco pero, por el contrario, ha sido y es un cohete magnífico.

Sin duda, el error de cálculo (o la imprecisión) de Andrei Sajarov se convirtió en uno de los mayores éxitos en la historia aeroespacial.

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(1) Serguéi Korolev (o Koroliov) fue posiblemente el ingeniero y diseñador de cohetes soviético más relevante durante la carrera espacial. Era conocido como el “diseñador jefe”. Recomendable la lectura del libro: “How one man masterminded the soviet drive to beat America to the Moon”, de James Hartford.

(2) La denominación de los cohetes rusos antepone la letra “R”, que viene de “raketa” o “paketa” (cohete en ruso).

(3) Andrei Sajarov es mundialmente conocido, entre otras cosas, por ser premio Nobel de la Paz (1975), aparte de un eminente físico nuclear soviético que se enfrentó al régimen de su país. También es muy recomendable la lectura del libro de Memorias de Andrei Sajarov, donde se aborda con mucho más detalle este y otros capítulos relacionados con el desarrollo nuclear y balístico en la extinta Unión Soviética.

(4) El R-7 también se denominaba Semyorka (“el séptimo”, en ruso) y es conocido en occidente como “SS-6 Sapwood”. Sus desarrollos posteriores también se conocen como: Sputnik, Vostok, Vosjod, Lunik, Molniya, Polet y Soyuz.

 

 

 

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