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Cumbre del Clima y aviación

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Vicente Padilla

AERTEC / CEO & Founder

Cientos de activistas contra el cambio climático optaron por volar para asistir a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático 2019, celebrada en Madrid. Si nos fijamos en este dato, prácticamente todos los activistas y ponentes llegaron a Madrid utilizando el transporte aéreo y solo un puñado de activistas acérrimos optaron por algún tipo de transporte respetuoso con el medio ambiente. Por supuesto, la joven Greta Thunberg, que cruzó el Océano Atlántico en catamarán con la ayuda de una pareja de millonarios, es el ejemplo más conocido.

Los aviones requieren un combustible con una relación energía/peso elevada y, en el caso de las fuentes de energía más limpias, esa relación es demasiado baja.

La realidad atestigua, pues, el poder del transporte aéreo. El transporte aéreo no es 100 % limpio, pero es seguro, cómodo, fiable y asequible. Y la reunión de la Naciones Unidas 2019 de Madrid ha demostrado que el movimiento flight shame tiene sus límites, incluso para los seguidores más obstinados. Actualmente, la sociedad moderna no cuenta —incluso con la tecnología existente— con una alternativa viable al avión para distancias medias y largas, es decir, de más de 500 km.

Asumámoslo: el problema de las emisiones se resume en que millones de tubos de escape y chimeneas en todo el mundo siguen vertiendo dióxido de carbono a la atmósfera, como si fuera una especie de vertedero gigantesco en el que todo cabe. Algo muy similar a lo que hacía la industria química hace muchos años, con vertidos de residuos indiscriminados a ríos y lagos. Esto ya no es así. El problema se resolvió sustituyendo tecnologías «sucias» por «limpias» o garantizando que los residuos se trataran primero y solo se vertiera agua limpia a los arroyos.

En lo que respecta a las emisiones de CO2, debemos seguir una estrategia similar, al menos en el caso de las fuentes estacionarias, que representan el 78 % de las emisiones globales. Como hemos visto, hay dos opciones: la primera sería eliminar todas las tecnologías «sucias» y sustituirlas por «limpias»; por ejemplo, es una locura pensar que se sigue subvencionando la minería del carbón y las centrales eléctricas de carbón para generar electricidad. La segunda opción sería implementar tecnologías de captura y almacenamiento de carbono (CSST, por sus siglas en inglés) en instalaciones estacionarias de gran envergadura como, por ejemplo, centrales termoeléctricas o fábricas.

Lamentablemente, para el transporte aéreo ninguna de estas opciones resulta adecuada. Los aviones tienen que ser lo más ligeros posible. No hay forma de evitarlo. Los aviones requieren un combustible con una relación energía/peso elevada y, en el caso de las fuentes de energía más limpias, esa relación es demasiado baja. Por eso, estas fuentes no son viables para las aeronaves comerciales, como tampoco lo son las CSST, válidas únicamente para instalaciones estacionarias de gran envergadura.

La industria del transporte aéreo debe encontrar una forma alternativa de mejorar su huella ambiental. Centrarnos en la eficiencia no funciona. Los datos históricos demuestran que los esfuerzos realizados por la industria para ser más eficiente están fracasando. La eficiencia reduce los costes y este ahorro de costes se transfiere a los pasajeros en forma de billetes de avión más baratos. Con la bajada de los precios, la demanda de transporte aéreo aumenta y, puesto que el transporte aéreo resulta muy flexible dentro del modelo económico de oferta y demanda, todos los beneficios obtenidos por la eficiencia se ven mermados por el crecimiento neto del transporte aéreo. Como resultado, a pesar de las mejoras realizadas en la eficiencia, las emisiones de CO2 están aumentando y se espera que aumenten hasta 2050.

Por eso, por muy alto que proclame la industria que está haciendo su trabajo, el público no se lo va a creer. La gente no es tonta.

No debemos olvidar que el transporte aéreo representa menos del 3 % de todas las emisiones de CO2 provocadas por el hombre y que el 80 % de estas emisiones procede de vuelos de más de 1500 kilómetros. El transporte aéreo es la columna vertebral de los negocios y el turismo internacionales. Puesto que no existe una alternativa práctica al transporte aéreo —y no vamos a volver a la época de Colón y a los barcos de vela— la única salida a esta locura, al menos a corto plazo, es que la industria del transporte aéreo se centre en el desarrollo de biocarburantes viables desde el punto de vista medioambiental y económico. Y debe hacerlo ya.

Debemos actuar ya porque, si no lo hacemos, otros lo harán. Actualmente se vislumbran en el horizonte tres amenazas para la industria:

  1. nuevos impuestos sobre el transporte aéreo;
  2. prohibición de los vuelos comerciales para distancias cortas y promoción del transporte ferroviario;
  3. imposición de cuotas.

No nos equivoquemos. Si no nos tomamos en serio esta amenaza, la industria pagará por ello… y lo pagará muy caro.

 

Climate change conference and aviation

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