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Flygskam

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Vicente Padilla

AERTEC / CEO & Founder

Una nueva moda se está expandiendo por Europa – flygskam. Esta palabra sueca se puede traducir como “vergüenza de volar”. El origen de la idea comenzó en 2017 cuando el cantante Staffan Lindberg decidió dejar de volar y animó a la gente a seguir su ejemplo. Quería reducir las emisiones de CO2 y había encontrado en el transporte aéreo el perfecto chivo expiatorio.

La idea ganó fuerza cuando la ecologista sueca Greta Thunberg se negó a volar para atender dos congresos sobre el clima, uno en Nueva York y el segundo de vuelta en España. Al final, hizo dos travesías del Océano Atlántico de tres semanas cada una en un barco a vela neutro en carbono.

Si queremos neutralizar las emisiones del transporte aéreo, deberíamos mejor centrar nuestros esfuerzos en descarbonizar la industria, no en finiquitarla.

Su argumento: la huella de carbono del avión es demasiado grande.

Greta Thunberg – y los que apoyan el movimiento flygskam – se equivocan. La verdad es que, teniendo todo en cuenta, volar es el modo más eficiente de transporte.

En el Reino Animal en pocas ocasiones la vida ha conseguido dominar el vuelo, pero cuando ha ocurrido, ha demostrado ser una estrategia de éxito. Los insectos fueron los primeros animales en volar hace más de 350 millones de años, desde entonces, se han multiplicado en más especies que todo el resto de los animales juntos. Entre los vertebrados, los pájaros son los que más especies tienen, y por último, los murciélagos representan el 20% de las especies de los mamíferos, sólo detrás de los roedores.

Volar tiene su recompensa. Es un modo de desplazarse muy eficiente.

El error en el argumento de Flygskam yace en medir la “bondad” de un modo de transporte sólo con la eficiencia energética. Su razonamiento no es justo, o cuando menos, puede llevar a engaño. Sería como medir el bienestar de una nación sólo con el PIB, y no tener en cuenta otros factores como la esperanza de vida, la distribución de rentas, la sanidad, la seguridad, la educación, la corrupción y otros. Del mismo modo, el transporte es algo más que la eficiencia energética, otros problemas como los costes medioambientales de la infraestructura o incluso si simplemente es viable juegan también un rol importante.

Las vías de tren – como las carreteras – infringen un impacto medioambiental tremendo al territorio – una cicatriz permanente de miles de kilómetros. Se dañan bosques, valles, humedales y acuíferos. Se aumenta la contaminación acústica, hídrica y del aire. Más aún, las vías de tren constituyen un muro formidable para las personas y especialmente la fauna salvaje. Traen consigo la fragmentación del hábitat e impiden que las especies emigren, provocando el empobrecimiento genético o simplemente aumentando la mortalidad ya que los animales no pueden cruzar para encontrar mejores terrenos de caza o pasto1.

Además, una vía férrea solo te permite comprar un billete de ida y vuelta, Paris-Bruselas y Bruselas-Paris, nada más. Incluso los coches o los camiones pueden abandonar las calzadas pavimentadas y adentrarse en caminos de tierra a destinos apartados si fuera necesario. Los aviones van más allá, no tienen límites. Éstos pueden llevarte a cualquier lugar del mundo sobre montañas nevadas, valles profundos, ríos de aguas peligrosas, tundras árticas, desiertos abrasadores y océanos tenebrosos por el coste “medioambiental” de sólo una pista de 3.000 metros.

Una oferta imbatible.

Si los amigos del flygskam tuvieran que elegir un modo del transporte basándose sólo en la eficiencia energética escogerían siempre la bicicleta, y no lo hacen. Incluso Greta Thunberg eligió viajar en tren, a pesar de su huella de carbono positiva, para su viaje de vuelta desde Madrid a Estocolmo.

No pretendo menospreciarla. Admiro realmente sus esfuerzos por remover conciencias sobre el cambio climático. El movimiento se demuestra andando y Greta probablemente ha hecho más por la causa que millonarios como Bill Gates. Se predica con el ejemplo, y la inconsistencia de sus vuelos en jet privado para asistir a los congresos sobre el clima le restan toda autoridad moral sobre el asunto.

Para finalizar, no quisiera ser malinterpretado; viajar en tren eléctrico puede jugar un rol muy importante en la descarbonización. Sin embargo, los ecologistas, entusiastas del flygskam o no, no deberían sobreestimar su potencial en la reducción de emisiones de CO2. Las rutas de corto alcance, menos de seis a ochocientos kilómetros, son las únicas viables para la competencia del tren, y éstas representan menos del 7% del total de las emisiones del transporte aéreo. Más aún, el cambio de modo de transporte no siempre es factible debido al alto coste de nuevas infraestructuras para rutas con un mercado de baja frecuencia o simplemente debido a barreras geográficas como el mar.

Volar siempre ha sido, es y será el modo más eficiente de transporte. Anular los vuelos es una tarea imposible, como intentar detener la marea que sube. Si queremos neutralizar las emisiones del transporte aéreo, deberíamos mejor centrar nuestros esfuerzos en descarbonizar la industria, no en finiquitarla.

 

Flygskam?

 

(1) Es interesante mencionar que los animales “voladores” son los únicos no bloqueados por las infraestructuras terrestres.

 

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